Al emperador Julio César se debe la iniciativa que desembocó en el añadido, cada cuatro años, de un día al mes de febrero. Antes del calendario juliano, instaurado bajo Julio César y que tomó su nombre, los romanos utilizaban el calendario arcaico de Numa (en honor al rey sabino Numa Pompilius), de 355 días, es decir doce meses lunares.

El astrónomo griego Sosigenes de Alejandría creó el año de 365 días, más uno intercalado cada cuatro, situado entre el 24 y el 25 de febrero. El día intercalado se convirtió en el sexto día antes del inicio de marzo, y el año marcado por este añadido al calendario del año bisiesto.

El calendario juliano atribuía al año una duración promedio redondeada de 365,25 días, lo que provocaba un desfase en torno a una semana por milenio.

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Sin embargo, se lo utilizó en Europa hasta la  promulgación por el papa Gregorio XIII, en 1582, del calendario gregoriano. El nuevo calendario, todavía vigente, aportó un ajuste al decidir suprimir los años  bisiestos en los años que son múltiples de 100 sin ser de 400. Así, 2000 o 2004 son años bisiestos, contrariamente a 1900 o 2100, por ejemplo.