En estos días he necesitado el servicio de taxis, algunas veces. Solo en una ocasión, el taxista que conducía un carro muy limpio y cuidado, me hizo notar que empezaba a usar el taxímetro al iniciar la carrera.

A los demás, siempre les pregunté si tenían taxímetro, la respuesta fue invariablemente negativa. Algunos añadían una explicación: lo tengo, pero no funciona porque está mal instalado; o, lo tengo pero a los clientes no les gusta, nadie me pide que lo use; o, los clientes prefieren negociar, discutir y creer que obtuvieron una rebaja.

Uno de ellos, a la pregunta ¿tiene taxímetro?, respondió: le cobro dos dólares. Le volví a preguntar: ¿tiene taxímetro? Y respondió: sí, pero de todas maneras le cobro dos dólares, no le hago caso al taxímetro. Y hubo otro que fue más directo.

El diálogo fue el siguiente: ¿tiene taxímetro? No. ¿ Entonces trabaja al margen de la ley? Así es.

Si cuento estos episodios es porque creo que, en realidad, el asunto va más allá del civilizado uso del taxímetro y la dificultad para lograrlo.

Las respuestas de los taxistas reflejan en mucho ciertas actitudes muy nuestras. En lugar de aceptar una disposición que en este caso beneficia a todos, la gente prefiere negociar, quedarse con la sensación de que obtuvo alguna ventaja más allá de lo establecido. O conocemos la ley pero decidimos ignorarla. O ciertamente cobramos por algo (instalar los taxímetros) aunque el trabajo no quede bien hecho.

La convivencia social es difícil pero, indudablemente, lo sería menos si todos nos acogiésemos a una norma común que respetamos, si no vivimos pensando que bien podemos sacar ventaja, o conseguir lo que nos conviene a cualquier precio.

Justo es reconocer, que el asunto no es solo una manera de ser de algunos ecuatorianos, sino que se ha hecho parte de la vida cotidiana, y que la ciudadanía tiene la percepción de que el ejemplo viene, precisamente, de quienes deberían ser los guardianes de la ley, de los gobernantes, de los legisladores y, lo que es peor, de los jueces.

Son muy pocas las personas que confían en la ley y en la administración de justicia, porque aunque haya jueces decentes, probos y sabios, que sí los hay, hay muchos más y más visibles que demuestran lo contrario, que siguen órdenes, que son utilizados por gente con poder o que redactan la sentencia al calor del dinero.

Mientras esto así sea, ¿qué tiene de extraño que un taxista afirme sin ruborizarse que trabaja al margen de la ley?