Recorría con unos amigos alguna transitada carretera del país…, pero no por placer (aunque era el inicio del carnaval) sino dirigiéndonos a un seminario.
 
En el camino nos topamos con toda una población vendiendo deliciosas empanadas. Unas 50 casas en hilera, donde todos y cada uno de los habitantes se han especializado en la venta de este manjar (¡soy un gran fanático de todas las empanadas!). La reflexión inicial en el vehículo fue: hay demasiada gente vendiendo lo mismo, lo único que hace la gente es repartirse miseria, alguien debería intervenir para empujarles a la diversificación. Sonaba algo extraño: ¿quién sería ese “alguien”? El Gobierno muy probablemente. Tan extraño y peligroso que avanzamos en algunas direcciones. 1) Si hay tanta gente dedicada a la venta de lo mismo es probablemente porque el mercado no es tan malo como parecería visto desde afuera. 2) Es muy probable que la gente encuentre que esta actividad es la más rentable de todas las que ellos pueden emprender (no necesariamente la más rentable, pero sí la más rentable dentro del universo que pueden evaluar). Puede ser que a ella se dediquen las mujeres mientras cuidan a sus niños, lo que la hace muy atractiva frente a otras por no tener que abandonar el hogar ni incurrir en costos adicionales. 3) Cierta diversificación no les haría daño (aparentemente), pero, ¿quién debe impulsarla?, ¿algún  experto externo sin conocimiento del mercado en que viven?, ¿el Gobierno?, ¿o ellos mismos, siendo creativos? De lejos me inclino por la última solución, la de mercado: dejar que la gente encuentre sus propias soluciones, nadie lo puede hacer mejor porque conoce en lo que está metido. Así seguramente nació el negocio de empanadas.

Este problema es muy similar al del banano. Se dice que hay sobreoferta y que una tercera parte de la gente debe dedicarse a otra actividad para que todos ganen realmente bien (es muy probablemente cierto, en el largo plazo menos gente debe producir banano, a no ser que el mercado crezca sorprendentemente).
Pero, ¿quién decide quién se queda?

Si yo soy un productor marginal de los que quieren ser eliminados mi reacción va a ser: “yo quiero seguir produciendo banano porque es la actividad en la que mejor me va, aunque juzgando de afuera usted crea que gano muy poco y que puedo hacer algo mejor”. Tendré toda la razón. A no ser que se me muestre y convenza que hay mejores alternativas, tengo todo el derecho de seguir en lo mismo. Eso sí, tengo ese derecho bajo una condición: que así como soy libre de seguir en esa actividad, también la sociedad tiene el  derecho de exigir que eso se haga en un entorno no protegido.

Ni precios mínimos, ni máximos ni ayudas especiales. El que quiere seguir lo hace corriendo con todos los riesgos y todos los beneficios.

El mercado es más simple de lo que parece y no hay mejor manera de descubrir la mejor actividad para cada uno. Gracias a mis amigos por la conversación.