Muchas, si no todas las ideas expresadas en Quito y Guayaquil por José Saramago se vinculan con el compromiso intelectual y la conciencia ética que un artista, sobre todo, tiene de la problemática actual y no solo de la intelectual y artística.

Si en principio son dos cosas que cabrían analizarse por separado, en el fondo son una sola aunque con dos aspectos fundamentales.

Una es la de un compromiso con la comunidad que apareja reflexiones sobre lo que ella es, lo que vive, padece, enfrenta, siente o piensa de sí misma y de las otras sociedades. Apunta, sobre todo, a descifrar, desvelar o despertar la percepción de un pueblo (pueblo: concepto que, dicho sea de paso, rechaza o produce desconfianza en Saramago) a través del pensamiento intelectual y de las obras que un artista produce.

El compromiso se sella en el trabajo propio como su único e indivisible punto de origen, aunque puede tener derivaciones en una militancia política e ideológica. En todo caso, la militancia intelectual y artística es diferente al compromiso en la medida en que conlleva una carga supletoria de adhesión y conformidad con ideas y credos de acción inmediata, siendo más una vinculación personal que arrastra inevitablemente a pensamiento y obra.

Planteamientos como el del realismo socialista en arte y el de un “teatro político” de Piscator son ejemplos de esto último, diferentes sin embargo a los sostenidos por Saramago en literatura y Picasso en artes plásticas, para señalar dos casos, que siendo comunistas realizan y realizaron obras ajenas a esas teorías. Brecht fue igualmente ajeno a ellas pese a su alguna proximidad con el marxismo, y también lo mejor de la poesía de Ritsos larga e injustamente condenado por la dictadura griega de inicios de la segunda mitad del siglo XX. Si debemos añadir nombres latinoamericanos están los de García Márquez, de Juan Carlos Onetti y de Alejo Carpentier en primera línea.

Otra es la de la conciencia ética del intelectual y el artista a partir de su verdad y  realidad como ser humano y ciudadano del mundo. Si el nuestro, como ya dijimos en otro artículo, es un tiempo confuso por complejo, ambiguo por las ambiciones y hegemonías en disputa, inclinado a hedonismos depredadores, consumismos exorbitantes, facilismos inmediatistas que imponen en sociedades de mayor desarrollo que las nuestras mediocridades gobernantes y violencias insospechables, son justamente necesarias las presencias de conciencias éticas que proclamen, con claridad y solvencia de espíritu, una verdad humana y social que algunos se empeñan en minimizar o rechazar.

No es utópico proclamar la verdad, reflexionando sobre la naturaleza y realidad de los hechos, sino para quienes, presuntamente amparados en un oportuno pragmatismo, la niegan en beneficio de consideraciones abstractas. De ahí que sus grandes definiciones que pretenden erigirse en conceptos (existencia de “un eje del mal”, etcétera) no sean más que vanos predicados de una retórica política que busca entronizar sus dictámenes.

Hay urgente necesidad de una conciencia ética  que diga no a la corrupción y a la incapacidad en el manejo del poder, a los desmanes y desafueros de ese mismo poder, que apoye y posibilite un despertar social contra engaño y mentira.