Una lluvia tropical empapó el plumaje y el colorido vestuario de los bailarines, pero hizo poco para empañar el espíritu de carnaval en la última noche del espectáculo de samba de Río de Janeiro, famoso en todo el mundo.

Las plumas de avestruz que adornaban a un grupo de semidesnudos bailarines en gigantescos carruajes no tenían tanto brillo, pero las reinas de la belleza, refrescadas por la lluvia, parecían brillar con una doble dosis de entusiasmo.

“El disfraz debe pesar unos 15 kilos más debido a toda el agua que cayó sobre nosotros, pero vale el esfuerzo”, dijo alegremente Katia Guimaraes, de 26 años, vestida como un ave tropical.
 
Katia desfiló con la escuela de samba Tradicao (Tradición), que fue la primera en salir a la avenida del sambódromo, que celebra su 20º aniversario este año. Luego que paró la lluvia, el cemento de la avenida se secó rápidamente por los miles de pies que pasaron al ritmo de samba.

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Cada escuela de samba tiene unos 4.000 integrantes, incluyendo unos 300 percusionistas con instrumentos que van desde enormes tambores hasta otros del tamaño de la palma de la mano.

La mayoría de las escuelas de samba tiene su origen en las favelas más alegres y pobres de Río.

El desfile de una sola escuela puede costar varios millones de dólares, y grandes compañías, municipalidades y estados figuran entre sus auspiciantes.

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En años recientes las escuelas de samba ofrecen disfraces y la posibilidad de desfilar a turistas que generalmente pagan hasta 300 dólares por la oportunidad de hacerlo.

Autoridades de Turismo calculan que unas 400.000 personas –20% del exterior– visitaron la ciudad costera para el carnaval.