Cuentan por ahí que durante 40 días Jesús sobrevivió al hambre, al cansancio y a la intemperie. Esto sin contar con las tentaciones del demonio que, al parecer, fueron tres. La primera radicaba en probar que era el hijo de Dios transformando las piedras en pan. La segunda, en la cima de Jerusalén, consistía en lanzarse al abismo para incitar el vuelo rescatador de los ángeles; y finalmente, la consagración de rodillas a Lucifer que lo premiaría con el dominio de todos los países del mundo.

A estas alturas, no creo que exista un diablo que se nos presente con toda su perversión al desnudo. Pero sí creo que el poder, en todas sus manifestaciones, es la tentación ante la cual generalmente sucumbimos. Eso sí, sin percatarnos, como decía mi abuela, que todo lo del diablo a más de viejo, es tramposo.

Ecuador no se libró de sucumbir ante el deseo de sentirse en la cima del mundo. Para ello le ha bastado hincarse de un solo golpe –y no se entienda “de Estado”– ante las ilusorias recetas económicas extranjeras. Con respecto al pan, nuestra gente –en su mayoría pobre– a lo mucho y no siempre, come una vez por día. Razón: el incremento de la canasta familiar. El peso de la miseria –áspero cual el de las piedras– se perpetuó lanzando al pueblo al abismo de la eterna pobreza. Razón: el mal manejo de la deuda externa que en el año 2000 ascendía a $ 13.564’000.000 y en el año 2003 subió a $ 16.600’000.000. Un “gustito” que nuestros gobernantes le dieron a los “acreedores”; y que de paso les concedió el tercer deseo: la ilusión de ser aceptados por los “dominadores del mundo”.

A razón de estas venias, constamos en la lista de los países que reducen el famoso “riesgo país” y supuestamente estamos prestos a recibir la tan esperada inversión extranjera. Como toda ilusión, falso. Ya que la apuesta foránea en nuestra economía no será suficiente si esta solo gira alrededor de una política fiscal recesiva, la especulación financiera y el detrimento del sector productivo. Asuntos que solo están en las manos nacionales que diseñan las políticas de un desarrollo humano y sostenible.

Así como no creo que los desiertos sean los únicos escenarios predilectos de los demonios, tampoco creo que los ángeles bajarán de los cielos para librarnos de este trance. Pero de lo que sí estoy segura es que si Jesús respondió con un “no” en el desierto, lo hizo con voz de plomo; con el mismo tipo de voz que nos aconsejó hablemos el célebre Nobel, José Saramago.

Con el permiso de la sabiduría de los evangelios y de los ateos, hay que tomarse prestado el consejo.

Aplomados debemos exigir el cumplimiento de las promesas y recordarles que así como no se torea al poder de los cielos, tampoco se debe tentar a un pueblo que sobrevive en la arena de la desesperanza; ya que por ahí también cuentan, que ambos, cielo y tierra, son la misma cosa.