Sí, demasiadas coincidencias para el país se han producido en un tiempo singularmente corto y amenazan con alterar la tranquilidad ciudadana, al extremo que muchos ecuatorianos, con razón, temen por lo que pueda sobrevenir. El ataque contra el presidente de la Conaie y sus familiares no es sino un hecho inaudito que merece un claro y frontal repudio. En principio es un intento de asesinato de carácter político que, si hubiera tenido éxito, habría precipitado –sin dudas– otras violencias. Decimos en principio, por no existir todavía un informe oficial sobre el caso. ¿Perpetrado por quiénes y, sobre todo, con qué auspicios? Sobran las preguntas y faltan las respuestas. Aunque algunas de estas puedan suponerse conociendo que el señor Leonidas Iza es adversario del régimen luego de ser su aliado.

No siendo un hecho aislado sino uno que se inscribe en un conjunto de ellos, se entiende la intranquilidad que se vive en el país. Los otros, no menos graves algunos, pero igualmente sórdidos y escandalosos, contribuyen a ese estado general de zozobra. Las amenazas contra los responsables de algunas radiodifusoras o contra los periodistas que mantienen espacios críticos son inadmisibles. Tienen el oscuro olor de una censura, el sabor de una intolerancia. Son proclives a ellas quienes se creen intocables, quienes piensan que existen por encima de toda sospecha, por sobre responsabilidades y mandatos legales y morales. El asesinato de un funcionario de Petroecuador, encargado de investigar un sistemático robo de petróleo, es hecho que tenía que levantar suspicacias. Aun obedeciendo a otras razones su muerte, ¿cómo no pensar que ella pudiera ligarse con las investigaciones que realizaba? Porque visos de gratuidad, es decir de ausencia de sentido común pueden señalarse en la insólita acción del señor Molina en su desempeño de embajador ante el gobierno argentino. No por eso es menos escandalosa su decisión de acompañar a un acusado de múltiples crímenes durante el vergonzoso período de las dictaduras argentinas a celebrar su cumpleaños.

El intento de despojar al diputado Haro de la inmunidad que le corresponde es otro episodio cuya negatividad pone en entredicho la facultad de investigar y denunciar que deben ejercer los parlamentarios. La suma de estos hechos es cuantiosa y, en toda medida, inquietante, y da para pensar y sentir que no sean aislados o meramente espontáneos. Si lo son o no lo son, en apego a la verdad, es asunto que saldrá a la luz más adelante. Mientras tanto, lo evidente es que confluyen a gestar situaciones peligrosamente tensas, de imprevistas consecuencias. El gobierno debe meditar sobre esto, debe reflexionar a profundidad porque resulta implicado. Debe devolver la tranquilidad a la sociedad nacional y aplacar sus temores y sus dudas. De no actuar así, él mismo podría soportar los embates de desconfianza y pérdida de credibilidad más allá de lo que actualmente señalan las encuestas. A nadie puede interesar el caos sino a quienes se alimentan de carroña. Pero, sobre todo, a quienes un ansia desmedida de poder les imposibilita mirar de frente la impudicia de sus actos.