Plebiscito de por medio, y por error gramatical mas no por decisión política, en 1997 se implantó el sistema electoral de votación por personas en listas abiertas. Al parecer, quien redactó la pregunta no era diestro en el manejo del idioma y en lugar de consultar acerca de la modalidad de voto preferencial, en que el elector escoge uno o dos candidatos dentro de una lista, incluyó la posibilidad de hacerlo por candidatos de varias listas. Inevitablemente, el desconocimiento del idioma se transformó en barbaridad política y el Ecuador se convirtió en uno de los dos o tres países que utilizan el peor de los sistemas electorales posibles. A una política que ya era personalista y caudillista se la cargó de combustible hasta el límite de lo explosivo. A un elector que cambiaba reiteradamente de partido entre elección y elección, se le dio el instrumento preciso para realizar en un mismo momento toda esa acrobacia política que significa deambular entre las diversas corrientes.

De manera incomprensible, los partidos políticos fuertes no advirtieron el peligro que se cernía sobre ellos y dejaron que esa modalidad de selección de los representantes se implantara como la cosa más natural del mundo. La Asamblea de Sangolquí, en la que esos partidos predominaban, santificó el sistema al convertirlo en disposición constitucional y ahí se quedó para largo. De ahí en adelante, el elector ecuatoriano podría votar por tantas personas cuantos puestos se encontraran en disputa, seleccionándolas de cualquiera de las listas colocadas a su disposición, sin que importe la ubicación ideológica ni la adscripción a identidad alguna. Crecientemente, la representación pasaría a ser algo personal, con el consecuente debilitamiento de los partidos y de cualquier forma mínima de agrupación. Ni qué hablar en esas condiciones de rendición de cuentas o de responsabilidades de los elegidos. Para colmo, la desproporción entre los votos y los puestos obtenidos por un partido o por una lista llegaba a sus límites más altos, como se demostró en la propia elección de los asambleístas.

Para atenuar en algo los impactos negativos y evitar la fragmentación total que podía derivarse de la forma personalizada de elección, se adoptó uno de los varios mecanismos de asignación proporcional de puestos, la ahora famosa fórmula D’Hondt. De esta manera, aunque los electores hubiesen votado por personas, se contabilizaban los votos por el partido o la lista. En términos prácticos, se iba a una combinación entre la votación individualizada y la representación por agrupaciones políticas o, si se quiere, entre las simpatías personales y la tendencia ideológica. Mal que bien, en medio de una modalidad adversa a los partidos políticos, era una forma de salvarlos y de mantenerlos como los puntales que son de cualquier régimen democrático.

Ahora, por mano del Tribunal Constitucional, y extrañamente por iniciativa del mayor partido nacional, se ha derogado la fórmula de asignación, lo que significará posiblemente el triunfo arrasador de esa y un par más de agrupaciones en sus bastiones electorales, pero que al final terminará por sepultar al conjunto de partidos ecuatorianos.