Al llegar a la esquina de las calles Seis de Marzo y Clemente Ballén, por la noche, se oye el roce de los cuerpos de personas con periódicos y cartones. La cuadra es la habitación colectiva donde pernocta diariamente una docena desocupados e informales.

Todas las noches, el ambiente es igual. Los comerciantes pasan con sus carretillas para guardarlas en las bodegas, los buses que van al sur hacen su último recorrido del día por la Seis de Marzo, y el alumbrado público del mercado Central, de tono amarillento, permite ver a las cucarachas que salen de las alcantarillas.

Pero, el jueves, el sentido de permanecer en la calle cambia para los indigentes, porque además de recibir comida tienen la oportunidad de contar la historia de sus vidas. Muchos de ellos tienen familia y una casa, pero la mayoría de los días no regresan porque no hay dinero para el bus.

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Carlos Ortega, un hombre de 38 años, camina en la madrugada por Diez de Agosto hacia la Av. Quito y seguir por Portete, hasta llegar a la 29 y Venezuela, donde vive. “Yo soy bachiller. Trabajo en una bodega donde ayudo a una señora a recoger cartones”, dice Ortega, quien evidencia un interés por Karl Marx y el socialismo.

Él está hacia el lado de Diez de Agosto. Hacia Clemente Ballén está sentado don Lucho. Los años, el alcohol y el cansancio hacen que sus relatos sean exagerados, pero a la vez construyan la justificación de no tener nada. “Un día, me pagaron 120 millones de dólares en el banco, salí, me siguieron en la buseta hasta el Puente de la A. Bajé, me robaron, me golpearon y me dejaron inconsciente. Una señora pidió a los vecinos que me ayudaran, me regaló comida y ropa...”, la historia se interrumpe. Él tiene sueño.

Estas narraciones son escuchadas por Priscilla Carrasco y Miguel Ángel Saltos, quienes son parte del Movimiento de Vida Cristiana (MVC) que desde hace un año visitan todos los jueves la cuadra de Seis de Marzo, entre Clemente Ballén y Diez de Agosto, para regalar comida y conversar con los huéspedes de la calle. Manuel Morejón, estudiante universitario, cuenta que el proyecto Pan para Mi Hermano es “uno de los servicios del movimiento para la comunidad de personas que necesitan ayuda”, dice.

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Ellos preparan la comida, gestionan recursos o piden colaboración para todos los jueves llevarla a “sus hermanos”. Y cuando sobran platos y hay un carro disponible, también avanzan a las calles Chile y Febres Cordero, donde hay más indigentes. En el traslado al otro punto, a veces se cruzan, en Diez de Agosto y Chile, con otros miembros del MVC, pero de Urdesa, quienes realizan la misma labor.

Ellos son universitarios o profesionales que comparten su tiempo y conocimiento a favor de la indigencia. Por ejemplo, Verónica Ortega, quien está en sexto año de Medicina, siempre lleva un botiquín portátil para atender lesiones leves o enfermedades comunes de sus primeros pacientes.

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Pero escuchar también es una forma de preocuparse por estas personas necesitadas, así lo siente Carlos Ortega, quien guarda su comida. “Yo como más tarde, para que los chicos no crean que solo me siento aquí para comer. A mí me gusta conversar con ellos”, dice.

Mientras los jóvenes comparten con ellos, son observados por la gente que pasa en los buses, los metropolitanos que rondan las calles, los choferes de autos, pero “todos pueden ayudar, no necesariamente tienen que venir, pueden regalar comida”, dice Jimmy Torres. Quienes quieran involucrarse pueden llamarlo al 243-8835 o al 224-3057, de Manuel Morejón.