El mal tiempo que impera en 15 comunidades autónomas de España con intensas nevadas y lluvias afectan sobre todo a los jornaleros agrícolas de la Comunidad Valenciana (este de España) que en su gran mayoría son ecuatorianos.

Autoridades españolas señalaron que el mal tiempo afecta a las comunidades de Asturias, Cantabria, País Vasco, Castilla y León, Navarra, La Rioja, Aragón, Cataluña, Madrid, Castilla La Mancha, Canarias, Andalucía y la parte de Valencia.

“Día que llueve, día que no se trabaja porque el campo está anegado y es imposible caminar entre las trochas”, cuenta el ambateño José Calderón, capataz en el campo de Algemesí (Valencia).

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Blanca López, antes empleada de hogar y hoy recolectora, dice que nadie confía en las previsiones del clima que ven por la televisión.

“Lo que nos amarga es la lluvia, el frío es lo de menos y ya estamos acostumbrados”, dice López. Para protegerse casi todos sus compañeros usan guantes de lana aunque se dificulta manejar el alicate para cortar la naranja.

Calderón apuntala la idea: “En tiempo de frío y lluvia el estrés es más profundo en el campo porque hay que ganarle al temporal; o sea, se intenta trabajar a mil por hora y evitar encontrarse con el aguacero. A veces no se consigue y debemos guarecernos bajo los árboles más grandes hasta que escampe o, si la lluvia se prolonga, esperar el carro que nos lleve de vuelta a la ciudad”.

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En el hogar
Las bajas temperaturas también afectan dentro del hogar pues casi todas las viviendas de inmigrantes no disponen de calefacción.

Sandra Guerra, una quiteña que reside en el casco viejo de Alicante, se ayuda con un pequeño calefactor, cuyo uso se ha extendido entre los inmigrantes, pero que no basta para calentar la habitación y consume mucha electricidad. Por eso opta por hervir una olla con agua hasta que se consuma.

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Pero no todo es tristeza. A 30 minutos de Alicante, en la población de Alcoy, los tejados de las casas y el campo se cubren totalmente de nieve. “Casi todos los años, en esta época, vamos hacia la montaña para observar un paraje de postal que nunca habíamos visto en Guayaquil”, confiesa Valentina Figueroa.