El lenguaje de estos (y muchos otros) artículos revela un profundo prejuicio. Lo que es más perturbador es que también revelan una ignorancia básica sobre el sistema de la ONU. Una combinación de ambos factores es una mezcla peligrosa, que necesita una respuesta.

Nadie puede negar que el organismo mundial tiene problemas y que no ha cumplido con su constitución de 1945 en muchos sentidos; pero los argumentos propuestos por esta manada de críticos muestra que disparan contra el blanco erróneo.

Su principal equivocación es considerar a las Naciones Unidas como un organismo independiente, que puede actuar (o dejar de actuar) por albedrío propio en búsqueda de su propia agenda con sus propios recursos materiales. Si tuviera tales poderes, de hecho sería culpable de graves fallas en el pasado y de desastres que podrían ocurrir en el presente.

Pero nada podría estar más alejado de la verdad. En lugar de pensar en las Naciones Unidas como un actor independiente, tiene mucho mayor sentido verla como una especie de “compañía tenedora”, es decir, una empresa en la cual muchos miembros tienen participación, pero en la que algunos poseen una participación mayor que el promedio y un papel proporcionalmente más influyente.

No se necesita ser un científico espacial para precisar quiénes son estos miembros poderosos y favorecidos; son los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU que poseen derecho de veto: Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Rusia y la República Popular China.

En cuestiones de guerra y de paz, el Consejo de Seguridad se declara supremo en la ley internacional. Pero lo que el consejo decide hacer –o dejar de hacer– depende de los acuerdos de este grupo. Si tan solo uno fuese hostil a una acción internacional propuesta, la organización mundial (la compañía tenedora) no podrá proceder con el auspicio de la ONU. Con toda seguridad, uno de los cinco puede decidir una acción unilateral, pero al hacerlo abandona el sistema de 1945, quizá para su propio beneficio a corto plazo, pero también, usualmente, para su desventaja a largo plazo.

Entonces, quienes acusan a las Naciones Unidas de “soplar y resoplar” e instan al organismo mundial a mejorarse, equivocan totalmente el punto. Ya que las Naciones Unidas sirve a muchos señores, solo puede hacer lo que sus señores (especialmente el grupo de los cinco) acuerdan. Si existiesen desacuerdos entre las grandes potencias respecto a la pacificación y la vigilancia de la paz, como se atestigua en los choques dentro del Consejo de Seguridad el año pasado, sería tonto culpar al secretariado de la ONU por ello.

Quién sabe, pudiera ser que en el futuro sea posible mejorar el Consejo de Seguridad incluyendo a ciertos estados en desarrollo clave (India, Brasil, Sudáfrica) como miembros permanentes con veto. Cierto, esto requeriría un cambio masivo de opinión, y es poco probable que ocurra pronto, pero no es una teoría imposible.

Una idea más. Las críticas lanzadas por quienes atacan a la ONU en este país también son irónicas por dos razones.

La primera: ya que Estados Unidos es por mucho su principal accionista, tiene la mayor responsabilidad en hacer que el sistema funcione. La segunda es que la capacidad de cualquiera de los cinco miembros del Consejo de Seguridad para paralizar cualquier acción a través del veto fue deliberadamente incluida en el sistema de la ONU por los planificadores norteamericanos en 1944-45, y este privilegio generalmente ha servido bien a Estados Unidos.

Quizá quienes atacan a la ONU se negarán a reconocer los hechos. El gran Secretario General Dag Hammerskold con frecuencia observaba que las potencias necesitaban a las Naciones Unidas para que hubiese alguien a quien culpar cuando las cosas fuesen mal en el mundo. Esto pudiera ser cierto, pero sería un desafortunado destino para una organización que tiene mucho potencial para asistir a la humanidad cuando –y solo cuando– sus principales actores aprendan a trabajar juntos. Seguramente merecemos algo mejor que eso.

* Paul Kennedy es un renombrado historiador norteamericano.

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