De un viejo tango he extraído el título de este artículo. El resto del mismo lo iré sacando al confrontar algunos rasgos profundos, ancestrales, del carnaval, con ciertas evidencias de nuestra vida política. Es que en ella, singularmente los últimos años y más señaladamente desde el triunfo electoral de la hoy fallida alianza sociopatriótica-pachakútica, se ha puesto de relieve una de las tantas facetas que muestra el carnaval: la que aparece, con marcados signos de nivelación social, desde las fiestas de la antigüedad romana que hoy se conocen bajo el nombre genérico de Saturnales.

El célebre antropólogo y etnólogo escocés sir James George Frazer ofreció hace ya casi un siglo, en su obra hoy clásica The golden bough (La rama dorada), una reconstrucción de aquellas fiestas llenas de vida y colorido. Ningún rasgo de las Saturnales era para Frazer más extraño que las licencias que en aquellos días concedía el amo a su esclavo. Si le venía en gana podía el esclavo hasta injuriar a su amo, sin que este le dirigiera un solo reproche por lo que en cualquier otra época del año le hubiese atraído si no la prisión y la muerte, al menos el apaleamiento.

Claro que en ese entonces, a diferencia de ahora, no todo el año –como canta el tango– sino solo los días de las Saturnales eran carnaval. Ni ahora, a diferencia de entonces, existe el orden legal de los esclavos. Vivimos, se supone, un orden democrático, donde el pueblo es el soberano y los más altos magistrados sus primeros y más responsables servidores. Sin embargo, tanto ahora como entonces, en carnaval se invertían los rangos hasta extremos –dice Frazer– difíciles de describir.

Una de esas inversiones extremas consistían en que  los amos, en las Saturnales, sustituyendo a los criados, servían a estos la mesa. Tal como ahora algunos pueblos sirven con sus tributos a los magistrados y demás insaciables comensales burocráticos que se supone deberían ser fieles servidores públicos. O también el extremo –igualmente consignado por Frazer– de que los esclavos, durante las Saturnales, desempeñaban las más altas magistraturas, dando órdenes y transgrediendo la ley. De obedientes pasaban a deliberantes y, finalmente, a mandantes.

El mismo autor escocés vincula aquellas costumbres con el llamado «Reinado de las Burlas». Y más recientemente el escritor y etnólogo español Julio Caro Baroja, en su obra El carnaval (1965), señala que las semejanzas entre las Saturnales romanas y el carnaval de los pueblos que se dicen de estirpe latina son sorprendentes. Así, en dos aspectos fundamentales: el de un periodo de licencia y desenfreno con un papel primordial de las máscaras u otros fingimientos, (como de modo parecido suele suceder en nuestras modernas campañas electorales); y, también, el del desprecio y destrucción final de un personaje figurado o real: «El Rey del Carnaval», antiguo «Rey de Burlas» (cuya semejanza con el llamado pueblo soberano no es pura coincidencia).

Vaya este articulito como bomba de agua anticipada, amigos lectores, para entretenerlos en vísperas del carnaval de tres días que precede a la Cuaresma, vinculándolo y distinguiéndolo del carnaval político que nunca se acaba.