A menos que uno crea que los cerdos pueden volar, no esperará que la camarilla plutócrata de Bush y Cheney se convierta en Robin Hood y comience a cobrar impuestos a los ricos para ayudar a los pobres.

Los norteamericanos en estos días no son un pueblo feliz.

Dos fuentes de inquietud son, sin duda, el inesperado desastre en Iraq, que no muestra señales de una solución satisfactoria en el futuro, y la terca y crónica pérdida de buenos empleos norteamericanos.

Esto a pesar del estímulo crediticio generalizado por la Reserva Federal, que en pasos sucesivos ha hecho bajar nuestra tasa de interés a corto plazo al sótano de apenas el 1%.

No es extraño que la anterior popularidad del presidente George Bush se haya estado erosionando. La Casa Blanca y el Congreso, controlado por el Partido Republicano, han estado inyectando gasto deficitario fiscal en una escala que excede por mucho a las atrevidas políticas de gasto del presidente Ronald Reagan en los años ochenta.

¿Por qué, oh, por qué, se muestra la presente recuperación norteamericana como no creadora de empleos?

Dos razones diferentes pero relacionadas explican el hecho de que tantos buenos empleos norteamericanos se hayan perdido.

Primero, la productividad norteamericana neta ha estado creciendo a una tasa sorprendente. Ello significa que a los empleados innecesarios se los despedirá a una tasa más alta que en recuperaciones anteriores.

Segundo, empresas norteamericanas del sector de manufacturas y de servicios están contratando empleados en regiones de bajos salarios en China, India y también Europa.
El presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, apenas menciona dichas contrataciones externas en sus discursos.

Las declaraciones oficiales de la Reserva Federal enfatizan los beneficios a largo plazo que se conseguirán con el crecimiento de la productividad, pero no sus debilidades a corto plazo, que se manifestarán en cuánta fuerza tenga la recuperación.

Los defensores del libre comercio son propensos a exagerar.
En resumen, la mayoría de los economistas se hace la siguiente promesa: Sí, la competencia de empleos con bajos salarios del exterior va a causar daño a algunos norteamericanos en el corto plazo; sin embargo, en el largo plazo el libre comercio debe (supuestamente) elevar la productividad y los estándares de vida norteamericanos. Las ganancias de quienes ganen deberán exceder las pérdidas de los perdedores en Estados Unidos.

Lo anterior significa que la democracia norteamericana podría escoger, para ser equitativos, que el gobierno dirigiera algunas de esas ganancias hacia los perdedores.

¿Cómo? Mediante juiciosos programas de impuestos fiscales y de gastos.

Dos importantes observaciones. Primero, a menos que uno crea que los cerdos pueden volar, no esperará que la camarilla plutócrata de Bush y Cheney se convierta en Robin Hood y comience a cobrar impuestos a los ricos para ayudar a los pobres.

Segundo, en estos días, los economistas en su mayoría parecen olvidar lo que aprendieron en los seminarios de posgrado sobre teoría pura del comercio internacional.

Desde finales de la Segunda Guerra Mundial en 1945, la porción tradicional de Estados Unidos en el ingreso real global total ha disminuido en porcentajes cercanos a la quinta o cuarta parte del total. ¿Por qué? Debido a que Europa Occidental y países de la costa del Pacífico, al adquirir nuestros conocimientos y utilizar nuestros ahorros más altos, han disminuido significativamente la ventaja de Norteamérica en productividad.

Aun así, Estados Unidos es el principal ciclista que bloquea los vientos a quienes vienen detrás. Sin embargo, el alto consumo en Estados Unidos y la próxima revolución demográfica del 2020, además de las radicales reducciones de Bush en impuestos para los que ya somos ricos, reviven el espectro de un futuro norteamericano más sombrío.

Cuando un país pobre obtiene una constante eficiencia y ventajas comparativas en algunas industrias en que Norteamérica acostumbraba disfrutar de ventajas comparativas, el ingreso per cápita real de Estados Unidos puede verse lastimado en forma permanente.

* Premio Nobel de Economía.

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