Es de Azuay y habla tres idiomas. Estudió en Francia y EE.UU. No ha participado antes en un reinado.

No es mujer de fotografías ni de pasarelas. No. Sí lo es de matemáticas y lecturas sobre la globalización, exportaciones o el tan comentado Tratado de Libre Comercio. Es de aquellas que en su clase obtiene el mejor promedio. La que se sienta en la primera fila. La abanderada del colegio, la que habla tres idiomas y, al mismo tiempo, la acechada por sus compañeros.
 
Porque ella no solo es sagaz y extrovertida. Jéssica Andrea Vidal Merchán, físicamente, es hermosa: tiene  cabellos castaños claros lacios, muy lacios, como que moldean su bronceado rostro. Mide 1,70 m y sus  medidas son 87-63-92.

Y no es precisamente mujer de dietas estrictas. Come lo que le gusta, desde los temidos –para algunas modelos– chocolates hasta los platos típicos de su natal Cuenca, donde nació hace 22 años. Lo de ella no son los reinados. Es la primera vez que participa en uno. Tanto así que su madre, María Elena Merchán (una carismática señora de 46 años, que guarda en su cuarto 18 cintas de certámenes de belleza ganados), tuvo que insistirle para que se inscribiera en el Miss Ecuador. También presionó su padre, Max Vidal, un arquitecto de 56 años, a quien los jóvenes cuencanos siempre le dicen,  suspicazmente, “suegro”.

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Jéssica Vidal confiesa que se siente comprometida con Azuay en este certamen. “Amo a mi ciudad. Este Patrimonio Cultural de la Humanidad significa también mi vida”.

Quiere hacer una buena representación. Pero, si no gana, aclara, sabe que sus planes profesionales continúan:  terminar sus estudios de administración de empresas en el Panamerican Center (está en cuarto año y sus directivos le dieron permiso para que participara en el Miss Ecuador) y luego hacer una maestría en Marketing y Finanzas.

Ha estudiado en Francia y  Estados Unidos. Por eso domina el inglés y francés. Además de Cuenca y sus cuatro perros (Martín, Mateo, Amy y Mía),  otra de sus pasiones son las finanzas. Incluso  ella se esmeraba, cuando era muy pequeña,  por contar  los billetes y monedas –hacía una especie de arqueo de caja– de la fábrica de jeans que administraban sus padres.
   
Pero no es de creer que ella solo es de estudios y números. 

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Es de las que arma los encuentros en su casa –en una zona exclusiva de Cuenca– para que sus amigos lleguen a ver los partidos de fútbol. La que dirige las excursiones por las discotecas y no falta a ninguna fiesta. Y alguna vez, además, fue gorda -sí, bien gorda–, al extremo que cuando regresó de Burdeos, Francia, sus padres no la reconocieron en el aeropuerto.  Hoy es una de las catorce aspirantes al reinado más importante del país.