El respeto a la Constitución, aunque algunos demoren en comprenderlo, es la base de las democracias contemporáneas.

Lo que nos inquieta es que todo el país está discutiendo desde hace varios días el estado de inseguridad ciudadana promovido por delincuentes y  políticos corruptos, pero en la esfera política oficial no se ha reaccionado con la misma celeridad ni con el mismo vigor.

Algunas medidas se han tomado, pero a todas luces son insuficientes y tardías.

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Es como si a los mandatarios de turno les pareciese que la única seguridad que cuenta es la de ellos mismos. Los demás, bien gracias, que se cuiden como puedan.

El Estado, que ha fallado por obra y por omisión en esta tarea importantísima, tiene la especial responsabilidad de proteger del crimen a los ciudadanos; no cabe, entonces, que se enfrenten estos problemas con un doble rasero, como mal se viene haciendo.