A veces en nombre del amor (y muchas veces) se comete toda clase de atropellos, como si el amor fuera un salvoconducto que justificara cualquier clase de agresiones. Como un delicioso caramelo que envenena. A veces el amor se parece mucho al odio. Las historias de padres que en nombre del amor castigan cruelmente a sus hijos a tal punto de herirlos física o emocionalmente, inundan los diarios y los divanes de los psicólogos.

Las madres que de puro amor vuelven inútiles a sus hijos con el aplastante sofoco de la sobreprotección; el esposo que ama con tanto amor a su cónyuge, que su abrazo es el del pulpo que tritura sueños, proyectos y ambiciones; la recatada señora que concibe que el anillo matrimonial es la carta de garantía para tener absoluta posesión sobre su esposo y que exige amor como se compra un producto de la percha; el amante que ve a su amada como un objeto sexual; la amada que tiene su corazón justo a la altura de la chequera de su amado. Los dictadores que en nombre de un amor patrio y del orden establecido torturan y matan a la gente; la policía que por excesivo celo profesional asesina con absoluta frialdad como lo haría cualquier delincuente; los presidentes que aman tanto a sus parientes que los convierten en caciques de las instituciones públicas; los banqueros que aman vorazmente al dinero que no les importa la ruina del país con tal de satisfacer su insaciable apetito.

En nombre del amor a los hijos, la familia, el honor, la patria y la religión se cometen excesos, se cortan las alas a la libertad, se censura la verdad, se niega al otro. En nombre del amor y con una cruz en alto se asesinó a millones de personas. En nombre del amor al stablishment se confeccionan listas negras, se amenaza, se persigue al diferente, a las minorías. En todos el amor y el odio caminan por la misma cuerda y se toman de la mano. Casi siempre esta perversión del amor tiene su raíz en los hogares en donde se anidan actos violentos disfrazados de las mejores intenciones, en donde ese ser indefenso y desprotegido que es el niño, es siempre la víctima propicia en donde se ejecutan estos actos de “amor”, cuyas secuelas arrastrará como su sombra. Es posible que en esos nidos no de amor sino de horror se hayan formado muchos violentos, cuyas palizas y agresiones recibidas las ha pagado con creces luego la sociedad.

En los hogares en donde todavía se practica el “porque te quiero te pego”, en donde la mujer es vejada física o emocionalmente; en donde su cuerpo, sede de las caricias, es también el portador de las huellas de una violencia extrema espolvoreada con el azúcar de un amor mal digerido, en el que se esquizofreniza al amor cuando, casi en forma simultánea, entre el odio de las palizas se recibe la miel de los besos. Los resultados macabros de este amor lo vemos en la crónica roja cuando en grandes titulares leemos los crímenes que se cometen en su nombre. Una sociedad que aprende sobre el amor en las películas de Hollywood o en conceptos estereotipados en que este se confunde con sacrificio y dolor, es una sociedad enferma en la que las nociones de amor que nos enseñaron filósofos, poetas y sabios que apuntaban siempre al crecimiento y libertad del ser amado, parecen tan lejanas que una a veces llega a pensar que el amor no es más que una necesaria y hermosa utopía...