En el escenario se tejen historias con los cuerpos. No hay palabras. Tampoco son necesarias. En el primer acto, sale una mujer, galante, a una suerte de fiesta tradicional. La acompañan de inmediato dos caballeros. Cada movimiento marca precisión. También coraje y encanto. Todos al ritmo de la música en vivo: dos hombres a un costado, vestidos de negro, tocan perfectamente el acordeón y un tambor. No hay más: el resto es cosecha propia del Ballet Nacional de la República de Georgia (Europa oriental).

Su presentación la noche del pasado jueves en el Teatro Centro de Arte de Guayaquil, ubicado al norte de la ciudad,  fue, por supuesto, de recuerdos. Para ser más exactos, 90 minutos de memoria en las 18 danzas.  La memoria de un país guerrero, invadido más de una vez y ex miembro de la Unión de Repúblicas  Socialistas Soviéticas (ex URSS, desintegrada en diciembre de 1991). Su paso por Ecuador (estuvieron también en Quito la víspera) tuvo el aval de la Casa de la Cultura Ecuatoriana  Benjamín Carrión y la Fundación Sociedad Femenina de Cultura.

Los 34 bailarines, entre hombres y mujeres, de 7 a 20 años, develan pasos sencillos,  hasta los denominados vuelos con  sables. Y en ellos portan  cuchillos en sus manos, que usan sin vacilación y producen chispas cuando  simulan enfrentamientos.  No es improvisación ni una mano de suerte. No. Es técnica y talento. Ellos se entrenan, estrictamente, desde los 4 años.   
      
El resultado no podía ser menos: las danzas son coordinadas, al unísono. Incluso, los niños cautivan a los espectadores con sus movimientos y donaire. Ellos también usan los cuchillos, sin miedos, y los clavan sobre el escenario. Hay aplausos. Sus trajes son pulcros. Predominan los colores de la guerra: rojo, negro y, entre ratos, el blanco,  que marca la pureza y eterna espera de las mujeres.

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Y lucen pañuelones, velos, gorros y finalmente se descubren sus cabezas para  empezar, nuevamente, otra historia.

Por algo la Casa de la Cultura Ecuatoriana considera que aquel  ballet presenta “movimientos y propuestas que nunca se ven en nuestras danzas latinoamericanas y que son parte del carácter recio de este pueblo, donde hace dos meses fue expulsado su presidente, quien llevaba 11 años en el poder, tras  la disolución de la URSS”. 
 
Es necesario, sí, tener un contexto claro para verlos: conocer de las tragedias de Georgia, sus sueños y frustraciones. Y, sobre todo, de las esperanzas de ellos sobre la gran montaña del Cáucaso, donde nace su país. Hoy recorren Latinoamérica como guerreros, pero del arte y de la paz. Su formación se concentra en  Tbilisi –capital de Georgia–, donde está la sede de su escuela,  reconocida internacionalmente por su cultura legendaria y cautivadora, a través de  la danza y la música.  De allí salen los también conocidos Niños y Jóvenes Virtuosos del Cáucaso. Y luego van por el mundo contando sus historias, sin palabras.