Fue el 14 de febrero del 97. José Chucuyán se le declaró.

Carolina Diez recién había cumplido 18 años. Y lo aceptó.

Hasta allí todo parece normal, pero él tenía 42 años y su cabello cano. Fue amor, repiten ambos, mientras abrazan a sus dos hijos. A ella no le resultó fácil. Es la primera de tres hermanos, graduada en un colegio de monjas y proviene de un hogar conservador: su padre, Dimas Diez, un español que se casó con una guayaquileña, se opuso. También su madre, Virginia Chipe. Incluso decidieron retornar a Sevilla, España.

Publicidad

El 12 de enero de 1998 fue triste. José no se resignaba a perderla. “Hablábamos por teléfono una vez a la semana”, recuerda Carolina, quien se inscribió en la U. de Sevilla.

Acá, José continuaba sus actividades: practicaba tenis, tiro al blanco e importaciones de acero. Ambos se extrañaban, al extremo del llanto. Ella quería retornar, mas no tenía dinero para costear un pasaje. Eso lo sabían sus amigas de Ecuador, que hicieron ferias de dulces y rifas para recaudar fondos. Y se marcó una fecha de regreso: 7 de octubre de 1999. Ella había sacado paulatinamente sus pertenencias hasta que fue al aeropuerto, de allí a Madrid y, finalmente, a Guayaquil. Él dudó en algún momento de su arribo. Le había dicho que si se enamoraba de “algún joven”, él lo aceptaría. Ella, sin embargo, solo tenía ojos para él. Hoy, casi cinco años después, José Daniel (3) y Daniela Carolina (2) son testigos de un amor diferente: sus padres tienen 25 años de distancia. Él ya cumplió 50. Y ella, la mitad.

Marilyn y Augusto, once años juntos y algunas anécdotas

Marilyn Panta (30) recuerda una anécdota en un consultorio donde esperaban a la esposa de Augusto Poroso (29), conocido jugador de Emelec. “La enfermera salía una y otra vez, y me veía en la sala, y volvía a entrar. Por último preguntó: ¿Aquí está la esposa del Sr. Poroso?”. Entonces, Marilyn contestó: “Sí, aquí estoy”, y se levantó frente a una sonrisa avergonzada de la enfermera. “Yo me imagino que ella esperaba encontrar a una morenita afuera, pero estaba yo y se sonrió al verme”, cuenta.

Publicidad

Marilyn y Augusto se conocieron hace once años a través del hermano de ella. “Se jugaba un mundial, y él vino a ver el partido con mi hermano en la casa. Entonces nos conocimos”, relata ella, y “nos presentamos y comenzamos a salir”, agrega él. Ambos vivían relativamente cerca. Marilyn, en el barrio de Las Fragatas y Augusto, en la cooperativa 17 de Septiembre, al sur de la ciudad, “a casi solo una cuadra”, dice él.

En diez años de casados, ellos han procreado dos hijos (Mikael y Jair) y Marilyn también no olvida una ocasión cuando fue a sacarles la cédula. “A los niños les hicieron algunas preguntas, y yo les decía, pero si son mis hijos, sino que son igualitos al papá”, relata. “Sí, creen que no son hijos de ella”, se refiere jocosamente Augusto.