Ella vuelve constantemente su mirada a los álbumes. En ellos están las viejas fotografías de Nilson, Odilson y Franklin, tres de sus cinco hijos que aún viven en Colombia.
“No sé si están vivos o si los obligaron a ser parte de la guerrilla o las Autodefensas Unidas de Colombia (paramilitares)”.

Es la voz de Rosa María Hernández González, quien se resiste a recordar las imágenes de violencia en el Municipio de Cabuyaro, departamento del Meta, que está al sur de Bogotá y en el centro de Colombia. Allí vio cómo asesinaron a sus vecinos, amigos y familiares, en pleno día.

Ella también vivió en Medellín. Y el panorama se repitió: hombres armados, encapuchados, vestidos de verde, que decían buscar, entre guerras, la libertad de un país.

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Es un discurso que ella aún no lo cree. La mujer de 54 años,  manos arrugadas y cabellos ensortijados  vive hace dos años en la cooperativa Los Lirios de Pascuales, una de las parroquias urbanas de Guayaquil. Su casa es humilde: de caña, madera y zinc, y carece de los servicios básicos.

No le importa la pobreza, aunque abandonó su finca y cultivos. Le interesa, sí, encontrar paz y por eso emigró una madrugada con  21 de sus familiares, sin que nadie los viera. Todos comparten dos estrechas viviendas de Hogar de Cristo, por las que deben pagar 24 dólares mensuales por tres años. Es un esfuerzo, confiesa ella, conseguir el dinero. 
No son los únicos. De enero del 2000 hasta diciembre del 2003, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), 21.722 colombianos han solicitado refugio a Ecuador. Y solo el 25% de pedidos fue aprobado: 6.644. Es decir, estos tienen el aval de la Cancillería ecuatoriana, pueden laborar en cualquiera de las 22 provincias, sin ser discriminados y tampoco,  repatriados.
Son registros en los que no constan quienes atravesaron la frontera norte de 594 kilómetros por pasos ilegales. Para el Acnur, el recrudecimiento del conflicto colombiano, que lleva ya medio siglo, se acentuó tras la ejecución –oficialmente desde septiembre del 2000– del llamado Plan Colombia, que financia Estados Unidos, para combatir la narcoguerrilla.  Y la Acnur considera esta crisis como la más severa del hemisferio occidental.

Rosa María también aclara que Guayaquil no es la gloria.

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“Aquí también hay delincuencia y matan gente, todos los días, mas no tenemos que ver hombres encapuchados o vestidos de verde en cada esquina y armados”. Ella, cuenta, se salvó dos veces de ser asesinada en Cabuyaro. “Mis hijos lloraban. Yo solo me arrodillaba y empezaba a llorar ante los guerrilleros. Desde la primera vez que sentí la muerte, hace 16 años, decidí hacerme evangélica. Dios nos trajo a Ecuador y nos iremos cuando Él lo decida”. 

La cónsul de Colombia en Guayaquil, María Salazar, comenta que sus compatriotas, como Rosa María,  todavía encuentran paz en Ecuador, pero reconoce que le preocupan los últimos atentados. “En Colombia todo empezó con la violencia política, la pugna entre el partido Conservador y el Liberal. El inicio de la crisis la marcó el asesinato de José Eliecer Gaitán (9 de abril de 1948, ex alcalde de Bogotá).

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No creo que eso se repita aquí. Lo sucedido puede ser delincuencia común. Eso parece hasta ahora. Ojalá  así sea”.
La funcionaria se refiere a los supuestos atentados criminales, ocurridos en las últimas semanas, contra  Carlos Muñoz Insua, presidente ejecutivo de Telesistema; Leonidas Iza, titular de la Conaie y el asesinato de  Patricio Campana, técnico de la gerencia norte de  Petroecuador, quien investigaba el robo de combustible. La cónsul se muestra algo asustada. Rosa María también, mientras abraza a sus nietos y les repite que acá están más seguros “y no se escuchan las explosiones de balas a cada rato ni se ven los cadáveres llenos de sangre tendidos en las calles”. Y lo vuelve a recalcar al guardar las viejas fotografías.