La Universidad de Guayaquil ha dado muestras de innovación en cátedras. Hay creación de nuevas. También libertad para que en las establecidas, el profesor modifique las vejeces que –tal como sucede en enseñanza media– quisieran seguir vigentes.

Lo indicado no es novedad en el ámbito superior. Si miramos el proceder de la universidad europea, lo innovador es lo predominante. Vive y se rejuvenece por torrenciales vías.

Aceptable, por la mente joven. ¿No se trabaja con, por y para la juventud en las aulas?

Por lo tanto, nada debe ser más inclinado a los cambios y a toda innovación radical,  que el ejercicio de la docencia.

Lo dicho, a propósito de la clase de Antropología social, que se desarrolló en el mausoleo de Eloy Alfaro. Fue el día de conmemoración de la matanza.

El profesor Medina lo hizo. Asombroso en el sentido de que bachilleres que estudian con afán Comunicación Social y quieren conocer nuestro patrimonio histórico, captaron en su totalidad los acontecimientos del arrastre y la inflamación de la “hoguera bárbara”.

No ha sido muy conocido el mausoleo de Alfaro, por los universitarios. Ni se tenía en claro cómo la tragedia comenzó con el asesinato de Pedro José Montero Maridueña y su inmediato arrastre e incineración salvaje en la plaza Rocafuerte, a pocos pasos del templo de San Francisco.

Esa lección viva se suma a otras que en las facultades universitarias se manifiestan con alto sentido académico. Tal virtud no tiene por qué estar encerrada en cuatro casi asfixiantes aulas tradicionales.

Se integró a lo hecho en la Facso, el cambio que llevó a los futuros guías de turismo y periodistas, al conocimiento de videos con representaciones iniciales del artista guayaquileño más popular y que más discos grabó hasta vísperas de su muerte: Julio Jaramillo.

En el salón especial, la innovación fijó el conocimiento indispensable para salir más enriquecidos culturalmente y con directa recepción de aquello que quedaría opaco y distante si únicamente trabajara la palabra del docente.

La cátedra nos obliga a ser altivamente inconformes con todo lo que rutinas y achacosas tradiciones quisieran mantener para opresión de mentes y voluntades jóvenes.

Es más urgente para la docencia colegial. Jóvenes con salud mental a los 70 años, vencen con su acción directa de trabajo a viejos que andarán por los 55 arrastrando sus cerebros y los pies. Contradicción que debe amargar hasta la envidia si es evidente la impotencia.

¿Cómo ser de otra manera si están soldados a la rutina y a la pereza? Por esto es que muelen mal. Como sucedió en el caso ridículo del que reclamaba para que se siga enseñando como anónimo al Poema del Cid. ¡En el siglo XXI!