A más de 4 metros de profundidad, el mar sigue mostrando  objetos arqueológicos. Este Diario estuvo en la más reciente expedición en la que se  rescataron  trece nuevas piezas.

Esquivando las  fuertes ondas que el aguaje del viernes  23 de enero pasado formó en el mar, avanzaba el pequeño bote que había  permanecido dos días  en la cubierta de la embarcación  Calepa VII a la espera de un mejor tiempo que no llegó.

Era la segunda expedición del año de la empresa nacional Robcar en parte de las 20  millas cuadradas que rodean la isla Santa Clara, el área que el Estado le concesionó hace seis años para buscar restos de barcos  españoles hundidos hace siglos en aguas ecuatorianas.

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La operación  se inició en Posorja dos días antes. Dos buzos comerciales, otros dos de las Fuerzas Armadas, un arqueólogo, un representante de Patrimonio Cultural, de la Capitanía de Puerto Bolívar, de la empresa y la tripulación, alrededor de 15 personas  abordaron   el Calepa VII y navegaron por más de cuatro horas. Al finalizar   la tarde, el barco se acercó lo suficiente para fondear y quedar   a un kilómetro de la isla.

El  bote permitió  acercarse más, a unos 200 metros de la ribera, en busca de la marca que una semana antes habían dejado los buzos: cuatro boyas flotando en la superficie estaban alineadas. La marejada había hecho que estas se juntaran, perdiendo a simple vista el cuadrante que debía ser explorado. Pero las boyas estaban atadas con cuerdas al  fondo del mar, por lo que la marcación no se perdió.

El suelo marino  donde trabajaron los buzos estaba a   4,20 metros de la superficie, el doble de lo normal. En el viaje anterior la tobera de una panga perforó  tres huecos –de unos 3 metros de diámetro–, uno junto al otro,  haciendo una cavidad mayor  que mostró  restos de botijas del siglo XVI, el tipo de fragmentos que se  rescata desde hace cinco años.

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La imagen de un cementerio de cerámica, como la describe el chileno Juan Montero, uno de los dos buzos encargados del rescate, era borrosa aquella mañana en la que él, junto a su compañero, Bill Seliger (de Estados Unidos), inició la búsqueda de otras clases de piezas. La fuerza de la corriente removía los sedimentos y quitaba visibilidad. Por eso, a los 17 minutos de haberse sumergido en el agua, este buzo regresó al bote por un torpedo, un instrumento de forma cilíndrica que al contacto con una muñequera magnética inicia su autopropulsión, removiendo  el material arcilloso.

El barro se fue corriendo y dejó ver un conglomerado de arcilla. La pieza llamó la atención  del chileno porque, dijo, “parece que tiene incrustaciones de hierro”. Así que volvió al bote, esta vez, por un cincel con el que desencajó la pieza atrapada en el fondo  y la subió al bote.

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El tiempo no era propicio para la búsqueda de  piezas diferentes a las halladas en viajes anteriores, que era el objetivo de esta expedición. Desde 1998 se han rescatado alrededor de 15.000 objetos: monedas de plata y artefactos de cerámica y bronce del galeón español Nuestra Señora de Consolación, hundido entre 1680 y 1681, y repartidas mitad y mitad  entre Robcar y el Estado, dijo Carlos Saavedra, director del proyecto Santa Clara y quien sigue cada exploración desde el Calepa VII.

Noventa minutos después de zambullidas y emersiones de los buzos, era hora de intentar en otro punto, más cerca de la playa, a pocos metros. Esta vez bajaron con detectores de metales a rastrear monedas. Nunca sonaron,  así que ninguna moneda se halló en ese ni en los cuatro días siguientes que continuó la expedición.
La visión de los buzos fue lo que ayudó a detectar ocho fragmentos de cerámicas, con características distintas a los botijones hallados en los rescates pasados. Los pedazos pertenecen a botellas sin borde y de cuerpo sencillo, según la primera interpretación del arqueólogo Javier Véliz, consultor de Robcar y director del Museo Salinas Siglo XXI, donde se exhiben las piezas del galeón.

Otros cinco pedazos pequeños de madera, de 3 y 4 centímetros de largo,  se recogieron del fondo marino. La primera revisión indica que se trata de guachapelí, al igual que la tabla de medio metro de largo que se encontró en el viaje anterior.

Los objetos  –ya en tierra– se sumergieron en tanques con agua dulce para  que eliminen  la sal acumulada por siglos. Es el comienzo de un proceso de limpieza que puede tomar hasta siete meses.

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Las expediciones de búsqueda se mantendrán hasta marzo próximo y posteriormente se iniciará el análisis de las muestras de cerámicas, tachuelas y demás partes de objetos descubiertos para determinar sus características y antigüedad. Estos estudios se realizarán tomando como base los referentes bibliográficos disponibles.