Lo que se propuso en la niñez Gustavo Avellán lo hizo realidad en el periodo del 22 de noviembre al 22 de diciembre del 2003, cuando recorrió caminando los 447 kilómetros de la línea del ferrocarril. El siguiente es su relato de esta aventura a nuestra redactora Marjorie Ortiz.

“Pude haber muerto en el trayecto, pero la voluntad de hacer realidad mi sueño, de recorrer la línea del tren, hizo que valga la pena.

Desde que era un niño que solía vacacionar en la casa de una tía en Alausí (Chimborazo), solo tenía una idea fija en la cabeza: caminar la ruta del ferrocarril, desde la estación de Durán (Guayas) hasta la de Chimbacalle (Pichincha).

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En cada viaje por tren que hice a Alausí durante mi etapa escolar, yo prefería ubicarme sobre los vagones. Desde el techo del extenso automotor podía observar los paisajes del callejón interandino del Ecuador y los mosaicos naturales que se formaban en los cerros y poblados. Estaba a merced del viento y el sol, pero me sentía feliz.

La mañana del sábado 22 de noviembre del 2003 fue como una de aquellas que viví en la niñez. Tenía 35 años. Eran las 07h15, vestía pantalón corto, camiseta y gorra contra el calor y estaba listo para mi cita con el ferrocarril, pero esta vez no viajaría en el techo del tren.

Esta era la ocasión que había esperado para realizar aquel sueño de la infancia: recorrer a pie los 447 kilómetros de la ruta del tren, aquel medio de transporte que llegaba desde Durán a Quito, que se empezó a construir en el gobierno de Gabriel García Moreno, en 1860, y que se inauguró en la administración del General Eloy Alfaro en 1907, pero del que solo quedan habilitados dos tramos: Quito-Cotopaxi y Riobamba-Alausí.

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En esta oportunidad, mi sueño tenía un propósito adicional: llevar mi mensaje a los ecuatorianos para que no desaparezca el transporte que admiré de niño.

Sin un centavo de dólar en los bolsillos empecé mi caminata, acompañado de un instructor médico (Norton Reina) y con varias botellas de líquido para combatir el calor y la deshidratación.

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Ese sábado llegué hasta Yaguachi. El Cuerpo de Bomberos del cantón, que tiene 120 años de creación, encendió sus sirenas para que la población escuche mi mensaje a favor de la rehabilitación del ferrocarril. Ahí ofrecimos una charla para hablar de los beneficios del tren y recordar que la construcción de la línea férrea dio gran impulso al desarrollo social y económico de Yaguachi, una de las principales zonas arroceras del país y que también produce banano y cacao.

El pueblo de Yaguachi –que en lengua quichua significa Mi casa grande (posee 75 mil habitantes)– extraña los beneficios que tenía cuando pasaba por ahí el ferrocarril. Ahora llevar los víveres que producen a otras ciudades significa pagar hasta 70 dólares en camión, diez veces más que en tren.

En Yaguachi se cumplió el primero de los 25 tramos que comprendía la caminata. La segunda parada era Naranjito, dormimos en un hotel y la gente nos brindó la comida. Allí los rieles continúan como testigos de la gran actividad que tuvo el ferrocarril hasta 1998. La línea férrea está cubierta de tierra y hay tramos donde no existe, como en el puente sobre el río Chanchán.

Los moradores de Naranjito se lamentan porque desde que el tren desapareció, la producción de panelas, característica en la zona, sigue el mismo camino.  De los más de 120 trapiches (molinos de caña de azúcar) que existían, actualmente no llegan a una decena.

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La comunidad vivía de la elaboración de la panela que se la transportaba en los vagones del tren para venderla en Guamote (Chimborazo) o Barraganetal (Guayas).

A nuestro arribo a Naranjito, un pastor evangélico que labora en una escuela dirigió a un grupo de niños que proclamaba: “Rehabilitación del ferrocarril”, “Dejando Huellas”. Este último pregón era el lema de nuestra caminata, que llegó a Huigra el 28 de noviembre.

Los pobladores de esta parroquia del cantón Alausí dicen que Huigra nació junto al tren y que el ex presidente Eloy Alfaro visitaba la estación. El tramo de Huigra a Sibambe fue uno de los más difíciles de cruzar, porque los rieles fueron arrasados por completo.

Los deslaves cubrieron parte de la ruta y durante un kilómetro y medio estuvimos perdidos y buscando la continuación de la ruta.

Cuando la hallamos, teníamos la posibilidad de cruzar por unos puentes, pero estaban tan deteriorados que hubiera sido mortal. Entonces optamos por bajar unos 25 metros hasta las márgenes del río Chanchán y avanzar lento.

Huigra extraña la vinculación que tenía con Guayaquil debido al ferrocarril. El tren solía partir a las diez de la mañana de Alausí y llegar a las cinco de la tarde a Durán, lleno de gente y de productos para comerciar en esta ciudad.

Cerca de La Nariz del Diablo, el segmento más complicado y pintoresco de la ruta, sentí la caminata más helada, estaba a 1.900 metros sobre el nivel del mar, y me asusté con el paso veloz de la locomotora, que aún funciona en este tramo.

Esta travesía, que no tuvo más que la intención de cumplir un sueño, resultó tan gratificante por el apoyo de la gente que ni siquiera sentí frustración cuando al salir de Huigra unos delincuentes nos asaltaron y se llevaron las mochilas, bebidas y celulares.

La aventura de caminar los 447 kilómetros por siete u ocho horas diarias por los rieles del tren duró 30 días y finalizó el 22 de diciembre del 2003 en Quito.

El retorno a Guayaquil lo hicimos por vía terrestre por el cansancio que sentíamos y para demostrar que uno logra su meta cuando sigue la ruta de abajo hacia arriba.