De cualquier forma, la gran historia no es acerca de Bush; es acerca de lo que le está ocurriendo a Estados Unidos. A otros presidentes les habría gustado provocar a la CIA, negarse a cooperar en investigaciones y otorgar jugosos contratos a sus amigos sin ninguna supervisión. Pero sabían que no podían hacerlo.
 
Incluso los partidarios de la guerra en Iraq deben sentirse consternados por la reacción del gobierno estadounidense hacia las recientes declaraciones de David Kay. Iraq, admite ahora, no tenía armamento de destrucción masiva, o siquiera programas activos para fabricar ese tipo de armas. Esos inspectores de la ONU, que fueron tan ridiculizados, estaban en lo correcto. (Sin embargo, todo parece indicar que Hans Blix desapareció por el hueco de la memoria. El martes de esta semana, George Bush declaró que la guerra se justificaba –bajo la Resolución 1441 de Naciones Unidas, nada menos– porque Saddam “no nos permitió el ingreso”.)

Entonces, ¿dónde están las disculpas? ¿Dónde están las renuncias? ¿Dónde está la investigación de esta debacle de los servicios de inteligencia? Todo lo que tenemos son los alardes de Dick Cheney (el vicepresidente estadounidense), lenguaje evasivo sobre “actividad relacionada con un programa de armamento de destrucción masiva por parte de Bush, así como un esfuerzo determinado para impedir una averiguación independiente.

Cierto, Kay sigue afirmando que todo esto fue un fracaso puro de la inteligencia. Yo no lo creo: la Fundación Carnegie por la Paz Internacional ya emitió un informe donde condena cómo se exageró la amenaza proveniente de Iraq, y ex oficiales advirtieron sobre inteligencia politizada durante los días previos a la guerra. (Sí, el informe Hutton le dio a Tony Blair una iniciativa limpia de salud, pero muchas personas –incluyendo a una mayoría de la opinión pública en Gran Bretaña, según encuestas– consideran que el reporte fue diluido.)

En cualquier caso, el punto es que se cometió un grave error, y la credibilidad de Estados Unidos ha salido muy dañada, y nadie está siendo llamado a rendir cuentas. Con todo, ese es el procedimiento normal. Hasta donde sé, nadie en el gobierno del presidente Bush ha pagado alguna vez el precio por estar equivocado.
Más bien, la gente es castigada severamente por revelar verdades inconvenientes.

Además, funcionarios de la presente administración han buscado de manera consistente excluir, socavar o intimidar a cualquiera que pudiera tratar de revisar su desempeño.

Examinemos tres ejemplos. Primero, está el asunto de Valerie Plame. Cuando alguien en el gobierno reveló que Plame era una agente encubierta de la CIA, existe la probabilidad de que el propósito fuera intimidar a profesionales de los servicios de inteligencia. Y sin importar qué suceda con la investigación del Departamento de Justicia, la Casa Blanca, de manera notable, no ha demostrado interés en encontrar al culpable.

Después, están las tácticas dilatorias con respecto al 11 de septiembre. Al principio, el actual gobierno trató, desafiando todos los precedentes históricos, de impedir cualquier investigación independiente. Luego, trató de nombrar a Henry Kissinger para encabezar el panel investigador. Más tarde, obstruyó a la comisión, negándole acceso a documentos y testimonios cruciales. Actualmente, gracias a todas las demoras e impedimentos, el director del panel dice que no puede entregar su informe antes del plazo original, el 11 de mayo, y que la administración está tratando de impedir una extensión de dicha fecha.

Finalmente, una historia que ha evadido en buena medida la atención pública: el esfuerzo con miras a impedir la vigilancia del gasto en Iraq. Las dependencias gubernamentales normalmente tienen inspectores generales que actúan de manera independiente, estrictamente no partidistas, con amplias facultades para investigar gastos cuestionables. Sin embargo, la nueva oficina del inspector general en Iraq opera bajo normas únicas que limitan considerablemente tanto sus facultades como su independencia.

Existen muchos ejemplos más. Estas personas politizan todo, desde la planeación militar hasta las evaluaciones científicas. Si alguien está con ellos, no se pagan castigos por estar equivocado. Y si determinada persona no les dice lo que desean oír, entonces esa persona se convierte en un enemigo, y estar en lo correcto no es excusa.

De cualquier forma, la gran historia no es acerca de Bush; es acerca de lo que le está ocurriendo a Estados Unidos. A otros presidentes les habría gustado provocar a la CIA, negarse a cooperar en investigaciones y otorgar jugosos contratos a sus amigos sin ninguna supervisión. Pero sabían que no podían hacerlo. ¿Qué ha salido mal con nuestro país que permite a este Presidente salirse con la suya en circunstancias de esa índole?