Una tempestad de crímenes se abate sobre nuestra “isla de paz”. Esta va dejando de serlo conforme aumenta la criminalidad que la anega. En una región y con vecinos inclinados a o sumidos en la violencia, Ecuador era en verdad un lugar donde se notaba, porque prevalecía, la paz. Pero hoy por hoy lo que se nota es permanente intranquilidad, temor, muchas veces angustia frente a la inseguridad en las casas y en las calles, en las ciudades y en los campos, tanto de noche cuanto a plena luz del día. Intranquilidad que nos sitúa en la antípoda de la paz, porque esta, según el sabio concepto de Agustín de Hipona, es “la tranquilidad en el orden”.

Tocante a ese concepto vale aclarar, aunque se sobrentiende, que está referido a un orden justo. Algo que en nuestro mundo, limitado e imperfecto, es y siempre será una aspiración perfectible, nunca una realidad acabada. Pero la paz, aunque relativa, en cualquier parte donde se logra es algo de inmenso valor.
Por eso la lucha por la justicia, no obstante ser ardua y permanente, vale la pena. Pueblos y gobiernos hemos de poner la paz y la justicia en la cúspide de nuestras aspiraciones, junto con la libertad, practicándolas cada uno, individual y socialmente, porque de otra manera solo quedan en inútil e hipócrita palabrería.

Hace pocas semanas, cuando lo de las cárceles, el Presidente de la República decretó su “emergencia”, único modo, se decía, de obtener de inmediato el flujo de recursos económicos indispensables para irlas transformando de escuelas del crimen que son –donde algunos no solo adquieren conocimientos y habilidades elementales sino hasta la maestría–, en auténticos centros de rehabilitación. Pero de los millones de dólares anunciados en las portadas de los periódicos, aún no se publica en página alguna que se haya entregado para el efecto ni un centavo.

En el orden práctico lo más urgente para lograr y mantener la paz de que ahora específicamente tratamos, es ir solventando las necesidades y perfeccionando los sistemas carcelarios, policiales, judiciales y legislativos, así, en ese orden, aunque esté enunciando en una secuencia inversa a la de su importancia. Es que la urgencia demanda a veces, en casos como este y atentas las circunstancias, que así se proceda.

Sin embargo, lo más importante, porque está en la base de la construcción de la paz auténtica, en justicia y libertad, es la familia, célula social primigenia, fundada en la institución natural del matrimonio de un hombre con una mujer; la educación, obligación y derecho prevalente de los padres de familia con la ayuda subsidiaria del Estado; y las condiciones dignas y propias del ser humano para nacer, vivir y morir como tal, que se las va procurando a partir de la familia, la educación y el trabajo, con la debida solidaridad social.

Terminemos, pues, preguntándonos lo básico y principal para procurar la paz, la justicia y la libertad: ¿cómo va entre nosotros la familia?, ¿cómo la educación?, y ¿cómo la teoría y la práctica de la dignidad propia del ser humano?