Un pilar marmoleado plomo le sirvió de escondite cuando dos policías metropolitanos pasaron ayer  por la vereda de la calle General Córdova entre Nueve de Octubre y P. Icaza, centro de Guayaquil.

 Rodolfo Núñez se percató de la presencia de los uniformados desde el otro lado de la cuadra y empezó el juego, como él lo llama, “del gato y el ratón”. Su oficio lo obliga a evadir los controles municipales. 

“Lamentablemente, nos toca ser los ratones, los perseguidos”, afirmaba minutos después de que el susto pasó y cuando por la zona no se divisaban aquellos hombres, vestidos de negro, que se convierten en el temor constante de los comerciantes informales.  

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Después, los metropolitanos regresaron al sitio y de nuevo él  emprendió otra huida. Todo para evitar que los policías municipales se le llevaran  la mercadería: una caja de cartón donde guarda decenas de discos compactos piratas.   Al sector llegó Rodolfo, de cejas tupidas, piel bronceada y mediana estatura, hace ocho  días tras  estar ausente durante un año y medio porque viajó a España en busca de un mayor bienestar. Antes de irse a Alicante laboraba afuera del Unicentro, pero hace tres años comenzó la regeneración urbana del sector y tuvo que mudarse: una ordenanza prohíbe la labor de los informales en la zona céntrica regenerada. 

Y desde entonces las ganancias no son las mismas.  El negocio está malo, repetía él, quien ha  vendido los artículos más disímiles, como perfumes, ropa interior femenina y ahora los CD  piratas. Hoy su centro de operaciones es esta cuadra de General Córdova, donde todavía persisten  otros seis comerciantes que se resisten a emprender la retirada. Entre ellos están los que venden cadenas para perros,  lotería, confitería variada y CD.

Cuatro metros más allá, a la altura del banco Amazonas,  estaba Ariolfo Cabrera Quinde, un lustrabotas con arrugas en el rostro y una gorra que lo protegía del ardiente sol. Él,  de 71 años, trabaja en aquel rincón  hace medio siglo, cuando aún permanecía en pie la radio El Mundo, que funcionaba en “una vieja covacha de madera donde hoy es  el Forum”.

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Él  aún recordaba a los huéspedes del hotel La Cervera y a los comensales  del salón Melba que se levantaban junto a donde ahora está instalado con una corroída plataforma  verde.  “Son cosas que no  olvidaré”, señaló mientras observaba que el martilleo de la regeneración  se acerca. “Cuando lleguen aquí,  me tocará salir”, se quejó e  hizo  ademanes con su mano para llamar la atención de los ejecutivos.