En el escenario: Boris Cepeda, en el piano, y Jorge Saade Scaff, en el violín. Un acorde menor dio la pauta que devolvió a estos músicos al público de su natal Guayaquil, ciudad de la que estuvieron alejados por una razón común. Saade, que está radicado aquí nuevamente desde hace pocos meses, se desempeñó como agregado cultural de la embajada de Ecuador en Estados Unidos, mientras que Cepeda ocupa el mismo cargo en la embajada de Alemania, país en el que aún vive.
El concierto, que se realizó en el teatro principal del Centro de Arte de la Sociedad Femenina de Cultura la noche del martes último, estuvo matizado por un carácter melancólico, triste, nostálgico, producto de la tonalidad menor presente en la mayoría de las obras; así como por la limpieza en la ejecución, en la interpretación y en la técnica.
El programa que escogieron tuvo una característica particular, no estuvo integrado por piezas del repertorio clásico, como lo acostumbrado a escuchar en un dúo de violín y piano. Más bien, lo que presentaron a la audiencia fueron temas contemporáneos, provenientes de varios países de Iberoamérica.
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El dúo abrió con O canto do cisne negro, del brasileño Heitor Villa-Lobos, que permitió que el registro medio –poco explotado– del violín se evidencie, se luzca.
Adornos musicales propios del mediterráneo formaron parte de Playera, del español Pablo de Sarsatela.
México estuvo presente luego: de Manuel Ponce, Estrellita, y de José Elizondo, Princesa de hadas, entre jugueteos con cuerdas dobles en el violín, y una melodía continua en el piano.
Una pieza cubana, En mi menor, mi menor conga, le dio el toque sabroso a la noche. Saade y su pizzicato (pellizcar las cuerdas), en contrapunto con la melodía del piano de Cepeda, hicieron mover a la audiencia, que soltó un aplauso largo, festivo, al término.
Tras esta, Saade se retiró. En la mitad del escenario Cepeda y su piano se quedaron solos para volver al mediterráneo, para presentar tres fragmentos de la Suite española op. 47 para piano solo: Granada, Asturias y Sevilla.
Isaac Albéniz, el autor de esta obra, recreó los espacios a través de las melodías que van desde un tempo ágil, hasta uno moderado, y que Cepeda los volvió suyos.
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Quince minutos de receso tuvieron los instrumentistas para acercar después a los presentes, a obras de autores ecuatorianos, principalmente de la región Interandina, muy remarcadas por la desolación, por la tristeza.
Cepeda volvió solo con El espantapájaros, de Gerardo Guevara, uno de los compositores íconos de la música tradicional nuestra.
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Tocó, además, Intermezzo inca, de José Ignacio Canelos, también solo, que mezcló diversos caracteres.
Acuarela en la menor, acuarela en mi menor, de Claudio Aizaga, fue quizás el punto más melancólico de la intervención.
Contrastes de agudos y graves, en ambos instrumentos, fueron las claves de la siguiente pieza: Pasillo en la menor, que integró al yaraví Apumuy Shungo. Los marcados tiempos fuertes imprimieron dramatismo.
Para cerrar la velada, el dúo presentó otro Pasillo en la menor, que incluyó a una de las más románticas piezas ecuatorianas: Pasional, de Enrique Espín Yépez.
La hora y media que duró el concierto se confundió entre la armonía exacta producida por el violín y el piano y el perfecto ensamble que lograron.
En las últimas tres intervenciones del dúo, los asistentes aplaudieron siempre de pie. Jamás pidieron que interpretaran otra. Sin embargo, el dúo notó la cálida recepción del público, así que regresó al tablado y entregó una pieza más del repertorio nacional.
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La actitud de las aproximadamente 200 personas que estaban en el Centro de Arte, frente a los dos instrumentistas, evidenció que estaban saciadas por la música.