Cuando la afluencia de transeúntes empieza a disminuir en Guayaquil y en el interior de las viviendas se apagan las luces porque es medianoche y hay que dormir, en la esquina de Colón y la Décima, un barrio popular al oeste de la ciudad, los aromas del café manabita colado y de empanadas de queso o de pollo inundan el ambiente. Ahí se prepara el primer desayuno de los taxistas que laboran durante las madrugadas.

Después de las 00h01 los taxis autorizados y los piratas comienzan a llegar al Palacio de las Empanadas: un quiosco metálico, ubicado del lado de la calle Colón y anexo del restaurante que lleva el mismo nombre y que diariamente vende arroz con menestra y pescado o pollo por $ 1,80.

Los conductores usualmente se sirven una taza de café, de 35 centavos; una empanada, de 25 centavos y un pedazo de queso criollo que cuesta 30 centavos, y que les representa un gasto de 90 centavos.

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Algunos, como Pedro Mora, que lleva 10 de sus 47 años de vida como cliente asiduo del Palacio de las Empanadas, más que servirse un desayuno o un estimulante para no dormirse durante la guardia (porque esos energizantes tampoco faltan en aquel lugar), es una costumbre que no puede abandonar.

“Puedo faltar a mi casa, pero no aquí”, asegura con voz firme, mientras la menuda mesera Paola López, de 25 años, le sirve una Coca cola, un café negro, una empanada de queso y una “Pepa” (vitamina natural para duplicar las energías).

Sentados en las sillas rojas de plástico y con el desayuno puesto sobre las mesas blancas de plástico, los conductores “piratas” y los autorizados se confunden y olvidan las diferencias laborales. Hablan sobre el taxímetro, las complicaciones que a veces tienen con la CTG, el costo de la vida, los repuestos para los carros, la familia...

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En la conversación no faltan las carcajadas y bromas entre ellos, y la repetición para degustar otra deliciosa empanada. Cuando llega o pasa por el sector un taxista, se forma una gritería, lo llaman no por su nombre sino por su apodo:
Don Barbie, Niño Jeico, Jr,  Boli. La mayoría se conoce.

Paola, que derrocha energía y conoce los QRZ (sobrenombres, en clave radial) y nombres de todos los taxistas que concurren al lugar, participa del coloquio, mientras grita: “¡Toni, una empanada de pollo y un café para Delta 5!”. “¡Toni, un café y una empanada de queso para Rasquiña!”.  Algunos prefieren comerse unos churros con manjar de leche, queso y café.

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El Palacio de las Empanadas fue creado hace 13 años por Nixon Mora Sánchez, quien hasta entonces se dedicaba a manejar un taxi. El local estaba primero en Huancavilca y Eloy Alfaro. Hasta hace cuatro años se vendían más de 600 empanadas con café, pero ahora no salen más de 300, dice Paola López. La baja en las ventas se debe principalmente, según los conductores, porque el negocio de los taxis “está malo”. Por ejemplo, una amanecida o guardia no representa más de $ 20 para John Paredes, con  19 años en el oficio. Igual situación viven sus colegas. Ellos, sin embargo, no han dejado la costumbre de acudir al negocio de don Nixon, ya sea a consumir o para llevar a algún cliente que después de salir de una fiesta o del cine desea comer. Allí también van desde las 03h00 policías, vigilantes de tránsito y bomberos. Casi todos piden café, empanadas y queso.