Primero es el torniquete, aparato que pese a no estar reglamentado por la ley de tránsito, ha sido impuesto por una clase prepotente y arbitraria. En ese aparato se denigra y golpea siempre a los niños que por el hecho de que pagan medio pasaje, los choferes los obligan a arrastrarse por debajo del armatoste para que este no gire y marque el precio completo del pasaje; y ni qué decir de los discapacitados.

Los agentes de tránsito, la Defensoría del Pueblo, el Gobierno en general, no hacen nada al respecto.

En mayo del 2001 un estudiante perdió su dedo anular en un colectivo de la línea 8, cuando trataba de saltar el torniquete para salir del colectivo, y cayó al borde de la puerta,  quedando su mano trabada en el aparato.

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Han pasado desde entonces cientos de accidentes en los torniquetes, pero a ningún diputado se le ocurre anunciar un proyecto de ley para acabar con esa “tortura”.

Cuando uno le pregunta a los choferes de los buses por qué mantienen los torniquetes, dicen que es una herramienta antirrobo que ponen los dueños de las unidades de transporte público, para controlar que sus choferes empleados no se cojan el dinero de los pasajes, pues al pasar cada usuario por ese aparato que gira se marca una vuelta, que en total equivale a la cantidad de personas que subieron al vehículo.

Argumento absurdo. ¿Por qué debe atropellarse así a los pasajeros?

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Otro de los horrores de este servicio es la alta velocidad con la que manejan los choferes, y la música a todo volumen de los radios que llevan encendidos.

¿Quién es responsable de tantas anomalías? Es imperativo que el Congreso Nacional reforme la Ley de Tránsito y Transporte Terrestre.

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Ab. Rodolfo Emilio Muñoz M.
Guayaquil