El asesinato de un funcionario estatal que investigaba el robo de combustibles en Petroecuador y la agresión contra un dirigente de la Conaie, son solo dos ejemplos, entre los más recientes, pero no los únicos.

Por el momento, solo podemos hacer conjeturas sobre los posibles responsables de estos dos hechos de sangre, pero es evidente la influencia de fuertes intereses económicos y políticos, cuya disposición a imponer su voluntad con métodos ilícitos ha transgredido cualquier límite.

Tampoco es una violencia que nos llegue desde afuera sin ningún vínculo con el escenario nacional: de ese terrorismo individual contra ecuatorianos participan también otros ecuatorianos, a quienes lamentablemente estos métodos ya no causan ninguna repulsión.

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Afortunadamente, la mayoría rechaza este tipo de agresiones cobardes. Pero es necesario seguir creando conciencia en todos los niveles sociales, para que se comprenda claramente lo repulsivo de estos métodos.

La tarea más inmediata y urgente será profundizar la investigación de los dos episodios, para que no sigan la triste suerte de las indagaciones en torno al asesinato del diputado Jaime Hurtado González.

La violencia política individual, como todos los males públicos, se desarrolla y extiende sobre todo cuando goza de impunidad.