El círculo incompleto y oscuro que mostró el primer telescopio que apuntó a Marte en 1610 –visto por Galileo Galilei, el italiano que amplió  33 veces la visibilidad de las lentes del aparato similar a los binoculares– sigue tomando forma y atrapando el interés de los terrícolas con las fotos que envían desde hace cuatro semanas los robots que exploran ese planeta.

 El martes pasado, el suelo marciano dejó expuesta a la cámara de Opportunity –uno de los dos robots de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio de Estados Unidos (NASA, por sus siglas en inglés)– una estratificación, capas de un terreno que aparenta ser una cadena de rocas. La fotografía se transmitió a la Tierra y con ella pasan de  500 las que han llegado a la base científica norteamericana de Pasadena.

Cuatro días antes, la Agencia Espacial Europea anunció la detección de agua congelada en el polo sur del planeta rojo, también por medio de una foto tomada por su sonda.

Publicidad

Las imágenes, cada vez más cerca, son como un aliciente a los problemas que enfrentan los robots para avanzar en la búsqueda de agua y vida.

Una vida marciana con la que el hombre ha soñado desde que en 1877, uno de los mayores acercamientos de Marte a la Tierra, a unos 65 millones de kilómetros, reveló a los ojos del astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli unos canales en la superficie.

La información fue exagerada por el estadounidense Percival Lowell, anunciando que en Marte había gigantes conductos construidos por una especie de seres inteligentes para transportar agua desde las capas de hielo hasta las zonas agrícolas y ciudades del planeta que se volvía desierto.

Publicidad

Su teoría no convenció a los científicos, pero sí alborotó un  interés por conocer ese cuerpo celeste, una curiosidad que no desapareció con las imágenes de una superficie desértica, rocosa e inhóspita, enviadas por la primera sonda espacial, la norteamericana Mariner IV (1965) que se posó en Marte.

Los canales no habían sido más que efectos ópticos producidos por las lentes de los telescopios de la época. En lo que no se equivocó Lowell fue en predecir la presencia de un planeta transneptuniano: Plutón.

Publicidad

 La falta de pruebas de vida en Marte no frenó la expectativa de la gente –que aún espera esas señales; una encuesta realizada por este Diario a cien personas de Guayaquil y Quito, indica que el 51% de ellos cree que hay vida–.

Tampoco detuvo la imaginación de escritores. Fueron ellos quienes dieron a los marcianos una identidad monstruosa y verdosa.

Llegaron a Ecuador
“Nos invaden los marcianos, nos invaden”, irrumpió un locutor de radio la noche del 12 de febrero de 1949. Llegaron en platillos voladores a Cotocollao y destruyeron Latacunga con un gas letal. Quienes no oyeron que se trataba de una obra literaria, creyeron que era cierto y salieron corriendo a refugiarse en iglesias. Al enterarse de que solo era una dramatización, quemaron la emisora.

Era una adaptación  de La guerra de los dos mundos de Herbert Wells, escrita en 1897 y que fue transmitida por primera vez a través de la radio como una noticia por el productor Orson Welles en 1938 en Nueva York. Para los romanos, Marte era precisamente el dios de la guerra.

Publicidad

Desde hace más de un siglo, la ciencia ficción se encargó de darle forma a aquel planeta y a sus habitantes.

En esas historias, los humanos llegan como “langostas” a depredar  Marte, a construir sus casas con madera. Viajan en cohetes que al posarse incendian las rocosas praderas, transforman la piedra en lava y el agua, en vapor –según los Cuentos Marcianos del estadounidense Ray Bradbury–. Van invitados por el gobierno que coloca letreros a colores, anunciando que “Hay trabajo para usted en el cielo. ¡Visite Marte!”

En el mundo real, el nuestro, el que llamamos Tierra, ya se trabaja en el combustible de las naves tripuladas que se espera lleguen en un par de décadas.

Un proyecto patrocinado por la NASA busca obtener membranas para producir combustible a partir de la atmósfera marciana, formada en un  95% de dióxido de carbono. Usándolas, los exploradores podrían extraer ese componente que al mezclarse con hidrógeno y calentarse produce metano, un útil propulsor para cohetes.

También podrían ser usadas para filtrar aire en la estación espacial y facilitar los vuelos del hombre a ese planeta que tiene días más largos que los de la Tierra, 40 minutos más y años con 686,98 días, que pueden ser como una tarde fresca de verano guayaquileño (27°) o con demasiado frío (-133°).