Según van las cosas, el calendario se ha complicado. Y es que, poco a poco, se han incrementado los días a favor que, en su contra, tienen los días en contra.

Los días a favor se caracterizan porque vienen acompañados de vacación: Navidad, Año Nuevo, Día del Trabajo y un larguísimo etcétera. Todos están cargados de alegría. Y algunos, necesariamente de regalos.

En el transcurso del tiempo se han multiplicado, dado el éxito comercial que han tenido. Por eso, al Día de la Madre se han sumado el Día del Padre, el Día del Niño, el Día de los Enamorados y hasta el Día del Agua (aunque nunca se ha aclarado si ese día el agua debe ser con gas o sin gas, con hielo o sin, como generalmente preguntan los meseros cuando uno les pide agua para festejar el día).

Por cuanto los días a favor han ido saturando tanto el calendario como la imaginación, se va imponiendo la costumbre de estatuir los días en contra, que se caracterizan por la abstención: en el Día de no Fumar, por ejemplo, los no fumadores hacen proselitismo contra el cigarrillo, mientras los fumadores se limitan a seguir echando humo por la boca, la nariz y los ojos. Un fumador que celebre alborozado el Día de no Fumar resulta tan poco creíble como un diputado que engruese el desfile por el Día de la No Violencia.

Al revés de lo que ocurre con los días a favor, cuya éxito es fácilmente cuantificable por el volumen de ventas, los días en contra aglutinan una militancia numéricamente difícil de medir, aunque existe la certeza de que los resultados que se obtienen no generan plata. Para eso están los días a favor.

Lo cierto es que con tantos días a favor y en contra que se suceden en el calendario, uno va entrando en un estado de incertidumbre que puede terminar por desequilibrarlo. Porque si en el Día del Amor, por ejemplo, alguien regala a su pareja un perfume, el Día de la No Contaminación tendrá que obligarle a que se despoje de los olores que despide porque estos perjudican al perfumado pasivo, que tiene que soportar los indeseables efluvios en buses, restaurantes y oficinas públicas, donde hasta ahora –que se sepa– no existe una división para perfumados y no perfumados.

Los ecuatorianos vamos a tener un nuevo día en contra: el Día sin Televisión. Ojalá que, para celebrarlo, los canales, en una jugada maestra y por su puro afán de dar la contra, regalen a los televidentes una excelente programación que reemplace a la pésima que regularmente ofrecen.

Con solo eso, el Día sin Televisión tendría que cambiarse de día todos los años hasta que, ¡por fin!, después de 365 años el país podría gozar de una buena televisión todos los días.