Nunca me asombró tanto su importancia. La página de los lectores se desbordó cuando, a su estrecho cauce, llegó la expresión de tamaña indignación. Tony el Suizo se convirtió en baluarte. El ministro de marras fue sepultado bajo un diluvio de epítetos poco halagadores. La voz del pueblo se volvió la de Dios. Tenemos idea preconcebida de lo que es la crítica. Nos hemos acostumbrado a exaltar el individualismo delirante. Convencidos de nuestro talento, convertimos en aciertos posibles errores. Nos hace falta la visión panorámica susceptible de ubicarnos en medio de nuestras circunstancias. El resultado es abundancia de propuestas, tanto en arte, literatura, música, televisión. La libertad desenfrenada provoca hemorragias de iniciativas. Creo que debemos reinventar la humildad.

Lisonja, alabanza gratuita, opiniones vertidas por cortesanos de turno, nos llevan a una visión distorsionada de nuestro propio valor. El corte preciso del bisturí puede liberarnos de muchas lesiones: abscesos debidos a la vanidad, hinchazones provocados por una conciencia exagerada de nuestros méritos, exaltación psicológica frente a supuestas genialidades. Las profesiones manuales no admiten aquellas desviaciones. Ebanistas, cirujanos, albañiles, plomeros, electricistas, solo saben componer, instalar, acertar, pues no queda alternativa. En cambio, las creaciones de la mente pueden recorrer caminos equivocados, llegar a la grosería, falta de juicio, toma de posición visceral, paternalismo, exageración, repentina falta de sinceridad, monstruosa egolatría. Todos, sin excepción, corremos el peligro de caer en ello.

Por ello nos sulfuramos cuando alguien se muestra en desacuerdo con nuestra forma de pensar. Esperamos caricias para el ego. Lo esencial seguirá siendo la toma de conciencia, lucidez que permite iluminar nuestra mente, aunque nos duela el amor propio. Existen críticos perspicaces, penetrantes: necesitamos más, tanto en las exposiciones pictóricas, en la música capaz de ofender al más elemental sentido de la creatividad, en la televisión, el periodismo, el deporte, la política. Hablando del amor, una crítica justa, en el momento preciso, es más orientadora que cien mil juramentos.

Debemos analizar sin pasión lo que nos reprochan, enmendarlo si es necesario, modificar actitudes. En el hogar, no existen palabras tan mágicas como “lo siento”, “te amo” . Ponernos en la piel de los demás es la única forma de razonar una crítica, estructurarla. Nunca podemos sentirnos seguros de poseer el secreto de la verdad. La ausencia de censura, reprobación, reproches, suele abocarnos a un egocentrismo cegador. Un tren sin rieles no puede llegar a ninguna parte. Hubiese preferido mil veces ver a George Bush metido en travesuras con una Mónica cualquiera y no ciegamente confiado en los “servicios de inteligencia” que lo llevaron a buscar en Iraq arsenales inexistentes. El señor Bush no hace caso a la crítica: es un rasgo típico de los fascistas.

Luego están el diálogo, la búsqueda del consenso, la solidaridad que lima posiciones, armoniza criterios. Katharine Hepburn decía: “No me interesa lo que digan de mí, salvo el caso de que sea cierto”. Si no prestamos atención a la crítica, podemos llegar a convertirnos en esclavos de nosotros mismos, lo que implica pérdida del sentido del humor, negación de la inteligencia.