El reciente libro acerca del ex secretario del Tesoro Paul O Neill deja en claro que Greenspan incluso albergaba dudas con respecto a la magnitud de la primera ronda de reducciones fiscales de la presente Administración, a principios del 2001.

El New York Times publicó lo siguiente en uno de sus editoriales del miércoles 28 de enero:

El actual gobierno del presidente Bush está reduciendo impuestos y gastando, al tiempo que líderes republicanos en el Congreso estadounidense están participando en serias conductas impropias en la esfera económica.

La evidencia más reciente de lo anterior fue proporcionada el lunes de esta semana por la Oficina del Presupuesto del Congreso, organismo no partidista, que actualmente pronostica que el déficit federal ascenderá a 477.000 millones de dólares en este año.

Eso equivale a un alarmante 4,2% del producto interno bruto del país y 100 millones de dólares más en comparación con el déficit del año pasado, y la dependencia anticipa que la deuda del gobierno aumentará en 1,9 billones de dólares a lo largo del decenio siguiente.

A pesar de esta advertencia proveniente de una oficina que es dirigida por un conservador, ex economista de la Casa Blanca, Douglas Holtz-Eakin, la administración actual sigue en la etapa de negación.

No solo el presidente George W. Bush insiste –como lo hizo hace un billón de dólares de números rojos– que el déficit es controlable, sino que el mandatario estadounidense también quiere volver permanentes sus reducciones fiscales, aun cuando muchas de ellas fueron aprobadas con una fecha de expiración para mantener bajos los costos.

Eso le costaría al Tesoro de Estados Unidos dos billones de dólares adicionales en los próximos 10 años, afirma la oficina del presupuesto.

El presidente Bush y dirigentes republicanos en el Congreso, quienes han respaldado tanto enormes reducciones fiscales como desmedidos incrementos al gasto con poca consideración hacia las consecuencias, se verán tentados a desestimar el informe de esta dependencia, como han hecho con similares advertencias que han sido creíbles.

Esa es una de las razones por las que Alan Greenspan, el presidente del Consejo de la Reserva Federal, debe insertarse en el debate.

Se dice que el presidente de la Reserva Federal está sumamente preocupado con respecto a los faltantes de Bush, y lo que a todas luces es su independencia no es excusa para mantener el silencio en lo concerniente a una de las amenazas más grandes en el horizonte para la economía estadounidense.

El reciente libro acerca del ex secretario del Tesoro, Paul O’Neill, deja en claro que Greenspan incluso albergaba dudas con respecto a la magnitud de la primera ronda de reducciones fiscales de la presente administración, a principios del 2001.
Greenspan ya no puede guardarse sus preocupaciones para sí mismo. Si reúne la autoridad cabal de su cargo para hacer sonar la alarma –y exhorta al Presidente y al Congreso de Estados Unidos a reconciliar los ingresos y el gasto federal– ayudaría a determinar el legado de Greenspan como el presidente de la Reserva.

Tendrá una buena oportunidad el mes entrante, cuando tiene programado un testimonio ante el Congreso sobre el estado de la economía.

© The New York Times
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