En mi artículo ‘Guayaquil y la cultura’, publicado el 8 de enero, reproduje algunas cifras estadísticas sobre la producción de libros en el Ecuador, aparecidas en el diario El Comercio, de Quito, el 28 de diciembre del año pasado.

Un distinguido librero de Guayaquil, en una nota enviada a este Diario y que aparece en la sección Opinión Pública, el 11 del presente, manifiesta que las cifras corresponden al número de registro que otorga la Cámara Ecuatoriana del Libro (Núcleo Pichincha) y que “no refleja ni de lejos la cantidad de títulos que sin cumplir este paso, han sido publicados volviendo poco precisa esa información y que en Quito se imprimen, editan y registran libros de autores de todas las regiones, por lo que no es adecuado interpretar que “todos son de quiteños”.

En ninguna parte de mi artículo me refiero ni a quiteños ni a guayaquileños sino al sitio donde se han publicado los libros. He pedido información a la Cámara del Libro y, en efecto, los libros que obtienen el número ISBN son aquellos que han presentado la solicitud. En Quito y Guayaquil hay autores o pequeñas empresas editoriales que, por falta de conocimiento o descuido no cumplen con la norma.

Ahora bien los libros publicados en Quito “ni de lejos” son de autores quiteños en su totalidad. Muchos son de autores extranjeros y también algunos de autores guayaquileños o de otras ciudades del país.

Lo que constituye una buena  noticia es que el año 2003 a pesar de la situación poca alentadora del país, la edición de libros fue superior casi en el 20% en relación al 2002.

Según la información periodística, el año fue tan propicio que varios autores publicaron dos libros, entre ellos Raúl  Vallejo y Fernando Balseca (que no son quiteños), pero residen y ejercen la docencia universitaria en Quito.

Así mismo se informa que hubo editoras como Paradiso que “arrancó el año con la traducción al inglés de cuentos ecuatorianos y cerró el año con una avalancha de publicaciones (seis en un mes): Sergio Guarderas: Pintor de Quito; De seis a seis, de José Hernández; Mis doce casas, de Luce Deperón; Sara y el dragón, de Rocío Madriñán; Thecla Teresina, de Javier Vásconez.

De nuevo no todos son quiteños. En cambio la editorial Planeta  publicó la obra No me importa el juicio de la Historia, de Carlos Calderón Chico, docente universitario de Guayaquil, y Alfaguara editó la novela del conocido y prestigioso escritor guayaquileño Jorge Velasco Mackenzie. Más todavía, el Municipio Metropolitano de Quito concedió el premio anual a la obra de mi apreciado amigo Carlos Calderón. En definitiva, interpretar en términos de “quiteños o guayaquileños” la publicación de libros, no tiene razón de ser, y repito mi exhortación  y sobre todo mi sincero deseo de que Guayaquil publique más libros para bien de la cultura y progreso del país.