Para quienes fuimos formados en la acción católica, en primaria (Pre-Jec), secundaria (Jec) y universidad (Juc), a fines de los 40, durante los 50 y a principio de los 60, el Concilio Vaticano II fue una revelación extraordinaria.

La expectativa de una Iglesia católica remozada al servicio de todos, en busca del ecumenismo y del diálogo interreligioso, fue grande.

Reconocer el rol de los laicos y estimular su participación en labores de organización y apostolado nos entusiasmó. A varios nos encargaron organizar los cursos de preparación al matrimonio y fuimos muy felices haciéndolo, por más de 30 años.

La aplicación de los cambios propuestos por dicho Concilio en América Latina llevó a la Conferencia Episcopal Latinoamericana a prepararse, reunirse en Medellín, discutir y llegar a importantes conclusiones que se evidenciaron en sesudos documentos.

También, y con razón, decidieron su opción preferencial por los pobres.

Todo esto vino a mi memoria luego de leer el 11 de diciembre del 2003 una noticia generada por la agencia Zenit, que transcribo:

“El cáncer de América Latina es la corrupción, reconoció este miércoles Mariano Fazio Fernández, rector magnífico de la Universidad de Santa Cruz, dirigida en Roma por el Opus Dei. Por este motivo, el sacerdote argentino propuso una mayor evangelización de las clases dirigentes de estos países”.

El Dr. Fazio tiene toda la razón y hago notar que el asunto estuvo previsto en Medellín, en 1968, al tratar el tema ‘Pastoral de élites’.

Luego de advertir que la palabra élite se adopta con un significado meramente descriptivo y designa a los agentes principales del cambio social sin ningún juicio de valor ni connotación clasista, en la parte final del documento se establecen recomendaciones pastorales.

Unas son generales y otras particulares y entre estas hay referencias específicas a los artistas y hombres de letras, estudiantes universitarios, grupos económicos sociales, poderes militares y políticos.

Creo que es tiempo de regresar sobre el tema, porque nuestra realidad demuestra cómo los valores y las virtudes cristianas presentes en algunos, como Ramiro Larrea Santos, están ausentes en otros, también miembros de nuestras élites, por lo que tenemos que trabajar en esa pastoral y cuanto antes mejor.

¿Concuerda conmigo? ¿Sería tan amable en darme su opinión?