Agradeció las muestras de respaldo y dijo que “solo trabajamos para ayudar a los más necesitados”.

Cuando Walter Yánez renunció, en 1990, a su puesto de docente en el colegio Pacífico Cembranos, de Lago Agrio, y se unió a Toni el Suizo en la construcción de puentes con materiales de desecho de las petroleras para los más necesitados, pensaba hacerlo, a manera de prueba, solo durante un año. Hoy, 13 años después, dice que jamás se imaginó en convertirse en el puentero ecuatoriano.

Walter es el hombre de confianza de Toni, a quien conoció en 1987, cuando el Suizo llegó a Sucumbíos para ayudar a los afectados por el terremoto. El colegio para el que laboraba era de unos misioneros que apoyaban al entonces aprendiz de puentero, quien en reiteradas ocasiones le invitaba a que Walter se una a su labor.

Iba a trabajar en una petrolera. Toni le dijo que si va a soldar tubos, lo haga con él.
“La única diferencia es que conmigo vas a ayudar a los pobres”, le destacó. Eso es lo que más valora este hombre, nacido el 24 de diciembre de 1974, en Chimbo (Bolívar).

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Walter no deja sus botas de campaña, lodosas, ni su sonrisa y mirada profundas, rasgos similares a los de Toni.

Francisco Toala, dirigente de Mirador del Toachi, donde en enero culminó un puente, opina: “Él no pide nada. Si debe trabajar con una sola comida al día lo hace a él y a Toni tampoco le gustan las inauguraciones, terminan y se van como si nada”.

Yánez considera que cada puente le permite conocer cientos de historias. El primero en el que participó como subalterno de Toni fue el número 28, sobre el río Chimbo, en Bucay. Relata que el más difícil e increíble fue el que se levanta sobre el río Aguarico (Sucumbíos), de 260 metros y que sirve a una decena de comunidades kichwas.

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Toni cataloga sus puentes como un invento ecuatoriano, que se exportó al mundo. Walter formó parte de esa internacionalización. Con el apoyo de la Fuerza Aérea Ecuatoriana (FAE), que les facilitó un avión, se fueron a una zona devastada por un desastre, entre los departamentos del Cauca y Huila, en Colombia. Ahí construyeron 10 puentes.

No recuerda fechas exactas pero detalla los viajes, con apoyo de la empresa privada y el Gobierno ecuatoriano, a otros países del mundo. En Costa Rica se hicieron diez; en Honduras, luego del paso del Huracán Mitch, concluyeron 50; en Nicaragua, cuatro; en México, inicialmente dos; uno binacional entre Honduras y El Salvador y finalmente fueron a Camboya.

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Luego de 13 años de aprendizaje, Yánez se considera un puentero. Eso lo demostró el año pasado cuando colocó 28 puentes en México.

¿Pero cómo subsiste, si debe mantener a su esposa y dos hijas? “Del dinero de las donaciones se destina un presupuesto para nuestros gastos, y me siento honrado con esto porque no dependo del Gobierno”.

En Suiza, Toni obtuvo un premio económico que lo compartió con Walter, con ese dinero hizo su casa de Santo Domingo, donde su familia queda a la espera cuando viaja al extranjero.

El padre Pablo O’Connor, párroco de Flavio Alfaro y que coordinó la ejecución de puentes en su zona, considera que una debilidad de Walter podría ser el hecho de tener una familia. “No puede ir por el mundo en forma libre, como la hace Toni; además de la dificultad de aprender idiomas”, menciona el sacerdote.

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Walter acepta: “Si fuera soltero sería otra cosa”, pero aclara que no es limitante.

Su esposa, Marlene Morales, está atenta a las llamadas telefónicas, anota mensajes y apoya moralmente.

Yánez tiene una definición de lo que es un puentero: “No solo se hace la obra física, sino que logra unir a la gente aislada con el mundo, y hace unir a amigos y enemigos en busca de una obra”.

Hoy, cuando los puenteros se enfrentan al condicionamiento del ministro de Energía, Carlos Arboleda, de aceptar la colocación de letreros del Gobierno a cambio de los tubos chatarra de Petroecuador, Yánez se pregunta qué le pasa al Ministro.

Su idea es concluir los siete puentes comprometidos, hasta fines de abril. Luego decidirá, pues tienen llamados de México y Perú.

“Si nos quedamos acá, será sin condiciones”, reitera mientras se despide para adentrarse cuatro horas en la montaña y seguir su labor.

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