No es a una teoría poética a la que me voy a remitir, sino a dos textos y, en consecuencia, a dos autores ecuatorianos de hoy, aunque por distintas razones. Uno es Documentos discretos de Julio Pazos Barrera, editorial Libresa, 2003, y el otro es A medio decir de Fernando Balseca, Editorial Planeta del Ecuador, 2003.

Sobre la poesía hay, naturalmente, diversas teorías poéticas que intentan sustentarla y-o explicarla. Y hay por cierto múltiples opiniones y afirmaciones que se juntan a otras tantas definiciones. Creo, sin embargo, que al margen de lo pensado por Aristóteles y Horacio, o lo contenido en De lo sublime, etcétera, la verdadera teoría está en el poema, en una práctica poética que solo encuentra concreción en la obra.

No estoy desestimando la teoría. Solo estoy recordando que ella es nada más el resultado de lo hecho por los grandes y aún por los “pequeños” poetas en diversas lenguas y tiempo. Pazos Barrera nos da un texto corto integrado de seis partes o secciones. Lo interesante en este texto es que, como no lo había hecho antes, penetra más profundamente en lo reflexivo, sin desestimar el contexto. Antes bien, este es un referente para una apreciación personal en que lo exterior está sujeto a la mediación de las instancias internas.

La percepción meditativa de una realidad es lo que fundamenta su texto. Crea, con la palabra, escenas de una intimidad consciente que no buscan sino refugiarse en un sentimiento, en un afecto, en un destello de luz que dé razón al canto. Con Balseca, en cambio, la poesía alcanza una intimidad en sí misma, por ser palabra que se construye poéticamente en el poema, renunciando a otros objetivos que no sean los de significar en un texto dado. Y esa significación es experiencia, vivencia, información e historia que el poeta utiliza para construir su poema.

Salvo Cuchillería del fanfarrón, no conocía otro texto de Balseca, pero este lo muestra con indudable madurez y con pleno dominio de una ironía que no busca acentuar tales o cuales aspectos de lo que observa, cuanto afirmar, con cierto desparpajo y un no menos agudo sentido perceptor, la realidad del mundo, que no es más que la suya propia. En los dos casos, cada poema es una singularidad de lo existente, pero mientras en Pazos es la búsqueda –y entrega– de las cosas amables de la vida, en el de Balseca es la constatación de un vínculo que está sujeto a un escrutinio crítico.

Señalan, no está por demás decirlo, un estado de buena salud de la poesía de autores nacionales, pues mientras Julio Pazos se alinea en lo visto y lo sentido, Fernando Balseca se reencuentra en lo conocido y sometido a un análisis. Para todos los gustos, pudiera decirse, pero en verdad sus respectivas ópticas poéticas responden a lo que cada uno piensa de la poesía como arte y no solo expresión, aun cuando en ambos autores estas dos cosas no constituyen sino una sola verdad manifiesta en el poema. Lo dicho antes: su punto de vista teórico, si cabe pensarlo así, está en los textos que motivan este artículo.