El 29 de julio del 2000 se suicidó en Buenos Aires, Argentina, uno de los médicos cirujanos más famosos del mundo, René G. Favaloro.

En ese momento, nada podía parecer más inexplicable. En vida, Favaloro recibió multitud de reconocimientos por sus descubrimientos en el área de la cirugía del corazón. En 1996 fue nominado para el premio Nobel de Medicina, y un poco antes, en 1992, el diario New York Times había escrito: “Favaloro es un héroe de la humanidad”.

Pero lo que más le interesaba a este médico prestigioso no era el éxito material sino el avance de la ciencia. Le gustaba definirse a sí mismo como “un médico rural” y en su clínica muchas operaciones se efectuaban en forma gratuita, porque los pacientes eran trabajadores o desempleados de escasos recursos. Por eso, cuando el Estado suprimió el apoyo a la investigación científica y a su Fundación, donde tantos descubrimientos se habían realizado y a tanta gente se había ayudado, escribió cartas y movilizó todas sus influencias.

Publicidad

Pero fue inútil. Favaloro comprendió que la ciencia perdía la batalla y que la sociedad no hacía nada para evitarlo; y para demostrar su rechazo, se suicidó.