Habiéndose recordado en días pasados el cuarto aniversario del movimiento del 21 de Enero, que desencadenó la caída del gobierno de Jamil Mahuad, es posible empezar a preguntar respecto de la trascendencia real de aquel día en el archivo de la historia nacional.

Naturalmente, luego de cuatro años, la perspectiva en el tiempo todavía no es suficiente para evaluar el impacto definitivo de tal momento, ya que a pesar de que pareciera suficiente tiempo, el lapso transcurrido en la proyección real de la historia es ciertamente muy pequeño como para emitir un juicio definitivo sobre el mismo; sin embargo, y más allá de que parezca un contrasentido, me parece que de forma muy improbable, dicha fecha pasará a la historia como un hito que permita diferenciar un antes y un después. Las fechas históricas de real recordación están marcadas por hechos anteriores y posteriores que dejaron huellas profundas y, ciertamente, el 21 de Enero del 2000, más allá de cualquier aspecto coyuntural, difícilmente reunirá los requisitos necesarios para entrar en el sitio privilegiado de los recuerdos históricos.

Se argumenta, por ejemplo, que el 21 de Enero debe ser recordado por la activa participación del movimiento indígena, hecho al cual se le debe asignar una especial relevancia histórica, pues fue la primera ocasión en que dicho sector étnico actuó como factor decisivo en la tarea de relevar de funciones a un gobernante.

Reconociendo la importancia de tal participación, debe también recordarse que el movimiento estuvo principalmente basado en una decisión de carácter militar, sin la cual el protagonismo indígena hubiese tenido otros matices; en todo caso, la realidad política actual del movimiento indígena permite sugerir que la aventura del 21 de Enero permitió, paulatinamente, que el país conozca la realidad de la excluyente cosmovisión de dicho sector.

La discusión sobre la importancia del 21 de Enero sirve, en sentido contrario, para demostrar cuán necesitados estamos los ecuatorianos no solo de recordar fechas protagonistas sino de incorporar aquellas que permitan seguir soñando en el país posible. En ese mismo escenario, también sería interesante empezar a tejer un sentido real de la historia nacional y local para evitar todo el cinismo y la amnesia que suelen regir, en ciertos casos, los aspectos básicos de nuestra memoria. Desde la reflexión acerca del lejano 10 de Agosto –fecha que según el alcalde quiteño, es la más importante de toda nuestra historia (¿)–, hay muchas otras que permitirían, sin pasiones ni prejuicios, una visión más cercana al Ecuador real, cuya identidad está perdida, entre otras razones, por nuestra incapacidad permanente de descifrar la historia.

Se decía que quienes escriben historia, nunca mienten, lo cual ahora se sabe que no es cierto. Las fechas históricas están para que unos las mitifiquen, algunos las denigren y otros las celebren. El 21 de Enero, para ser honestos, no entra en ninguna de esas categorías.