No me refiero a los problemas políticos o a los políticos prematuros. No. El tema que deseo compartir con usted, lector o lectora, es mucho más profundo: la llegada –sin bienvenida– de miles de niños y niñas, hijos e hijas de padres y madres adolescentes que, según un reportaje de EL UNIVERSO, se incrementa con el paso del tiempo.

¿Cuál es la situación de las madres adolescentes, que en el 99% no están preparadas para cuidar a su crío? ¿Y los padres adolescentes, dónde están? ¿Quién o quiénes asumen las responsabilidades? ¿Y qué pasa con los hijos de estas familias irregulares, candidatos a integrarse a una sociedad de prematuros, desamparados y sin futuro?

“Dieciséis mil jovencitas menores de diecinueve años parieron en el 2003”, dice la noticia. Y solo se refiere la cifra a la ciudad de Guayaquil. En Quito y otras ciudades del Ecuador el drama es, asimismo, grave, sin contar, desde luego, aquellos casos no registrados de aborto clandestino, que es una de las opciones de las menores embarazadas. (Apenas se han contabilizado 1.500 abortos de menores de 15 años en la maternidad Enrique C. Sotomayor, en el 2001).

Los datos preocupan, pero más la condición humana que rodea a las familias de miles de ecuatorianos y ecuatorianas, que nacen sin destino. Si bien este tema podría considerarse como una patología social, que se presenta en todos los estratos, la maternidad prematura, el aborto, el abandono de menores y otros problemas asociados, inciden en los sectores más empobrecidos de la sociedad ecuatoriana.

La inexistencia de auténticas políticas públicas sobre la salud reproductiva, especialmente dirigidas a los adolescentes de ambos sexos, contribuye a agravar la situación de estos menores, que reproducen un modelo de ruptura familiar, caldo de cultivo de un lento y progresivo proceso de descomposición del Ecuador contemporáneo.

Las causas de este fenómeno son endógenas y exógenas.

Pero las soluciones no son tan simples, como algunas personas sostienen; es decir, que la maternidad prematura, el aborto y en general las enfermedades de transmisión sexual, se resuelven con la distribución de condones, a través de dispensadores colocados en los colegios y en los sitios de diversión. O con algún programa aislado de información sexual. Por ahí no va la estrategia.

Es urgente diseñar un vigoroso proyecto de salud reproductiva integral –que incluya los aspectos morales, por supuesto–, con la participación activa de los propios jóvenes, los medios de comunicación social, las familias y los gobiernos locales. La I. Municipalidad de Guayaquil, en su excelente programa de televisión educativa ‘Aprendamos’, podría incluir en los próximos segmentos una serie de temas sobre educación para la afectividad.

La educación en valores, emprendida con éxito por EL UNIVERSO, tiene ahora una oportunidad para concentrar los esfuerzos y acciones en una propuesta de comunicación multimedia, que integre a la prensa, a Radio City, ‘Aprendamos’, la producción de videos, CD, y la realización de talleres con profesores y padres de familia, en un proyecto continuo, unido a la asistencia preventiva a muchachos y muchachas que intentan vivir una sexualidad adulta.