La regeneración urbana hizo que la mayoría de vendedores salgan de la calle y vayan a la plaza Machala. 

Un viejo bolero se difunde por una radio sintonizada en AM en un local donde el olor a hojas antiguas proviene de cientos de textos de la librería Nuevos Horizontes.

El  negocio funciona desde hace unos 35 años en el pasaje Jocarias, frente al Mercado Central, en pleno centro de Guayaquil.  En la mitad de la cuadra de la calle Seis de Marzo, entre Clemente Ballén y Diez de Agosto, hay un largo pasillo que conduce a la tradicional tienda de libros usados. Y los vetustos tragaluces del conducto también refuerzan el tono amarillento de las páginas.

Publicidad

Las estanterías nunca bastaron para organizar tantos libros, obtenidos en su mayoría por remates de sus dueños primarios o por trueque. Hay más textos apilados,  unos sobre otros, que los que ocupan un lugar en las repisas.

Letreros de pedazos de cartón escritos a manos sirven como guía de clasificación: Física, Matemática, Contabilidad, Medicina y otros.

No hay descripción de precios, esos se acuerdan verbalmente con el cliente. “Los costos  van desde 25 centavos –como las novelitas– y de 1 dólar en adelante, dependiendo del comprador hasta damos libros de obsequio”, dice Néstor Cali (49 años), hermano del propietario y fundador del negocio, Roberto (64).

Publicidad

Néstor trabaja ahora en el local de su hermano, porque la regeneración del Mercado Central hizo desaparecer los recordados puestos de libros usados que se ubicaban en las aceras de las calles Diez de Agosto, entre Seis de Marzo y Santa Elena, donde él también vendía libros usados. “Vine acá desde que desalojaron a los comerciantes”.

Y recuerda que, al igual que su hermano, comenzaron en este negocio como vendedores de lotería y periódicos, luego “vendíamos revistas y de allí fue saliendo la venta de libros”.

Publicidad

Entre los clientes favoritos de esta forma de venta de texto estuvieron reconocidas personalidades de la ciudad, según Néstor, pero de todos él recuerda a “alguien que se sacó el sombrero, lo colocó delante de mí, pensé que era un mendigo, le puse unas monedas y me dijo que no, que era un abogado”.

Caramancheles
Hay otro hermano Cali que también popularizó la venta de los libros usados en el Mercado Central, pero que por los cambios fue reubicado en Machala y Ayacucho. Él se llama Marino Cali.

En el Mercado de Machala, Marino tiene su local en el segundo piso. Allí junto a otros compañeros del mismo oficio, Fernando Balladares y Luis Miranda añoran los 20 años que laboraron alrededor del Mercado Central.

Balladares incluso vuelve a citar el término de ‘caramancheles’, como se los conocía a los vendedores de libros usados. “La gente pasaba por las calles, veía los libros en las veredas, uno le interesaba, se agachaba y lo compraba”.

Publicidad

Pero ahora en el Mercado de Machala las ventas han disminuido “porque la gente no sabe que estamos por acá”, dice Balladares, mientras comienza a describir unas serie de comodidades para invitar a los compradores: “Tenemos guardias, hay parqueos”. El ambiente es otro, aunque la amabilidad de ellos se mantiene y a aquel cliente que agrada puede ser premiado con un libro de obsequio.

Por eso, a pesar de los años, la venta de estos textos de “segunda mano” que han pertenecido a varias generaciones no pierden vigencia. Padres de familia, colegiales y universitarios no pierden la costumbre de comprar, vender o intercambiar los libros.