Hace pocos días veía en la televisión el júbilo con el cual los iraquíes celebraban la eliminación definitiva de la imagen de quien fuera su dictador Saddam Hussein, de su moneda, el dinar. Y esto me provocó una involuntaria reacción de rechazo y preocupación.

Sentí allí, frente a la pantalla, que algo nos pudo vincular con la amarga realidad que vive ese pobre pueblo rico del Medio Oriente, utilizando como intermediario a otro pobre pueblo rico, mucho más cercano. Y me refiero al colombiano, y específicamente al que ocupó pocos años atrás la denominada zona de despeje de San Vicente de Caguán, donde sin duda caminaba con igual libertad que lo hacía a fines del año anterior un nuevo morador de las primeras páginas y los noticiarios estelares, Ricardo Palmera, autodenominado Simón Trinidad.

Pero, ¿qué es este afiebrado artículo en que se mezcla a Saddam Hussein, las FARC, una zona desmilitarizada más grande que El Salvador, Simón Trinidad, Quito e incluso Guayaquil?

Pues, por patas arriba que parezca, allí, frente a los vítores de los iraquíes en la pantalla, encontré un preocupante punto en común. Justamente la moneda que ellos rechazaban era la que yo había podido ver en vivo y directo dentro de oscuros maletines, en un cuartel policial de Guayaquil, quedando grabada en mi mente como evidencia de que, en un abrir y cerrar de ojos, y si las autoridades se descuidan, esas cruentas guerras pueden estar mucho más cerca de lo que desearíamos.

La historia es más o menos así: en 1999, la Policía ecuatoriana detectó una vía de abastecimiento de armas y pertrechos a favor de la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, que tenía como punto de partida a Guayaquil y entre sus principales involucrados a un jefe de la Policía Metropolitana de entonces. Y el punto clave para tal descubrimiento fueron justamente esos billetes grandes y extraños que los involucrados en esa situación trataban de canjear por dólares, de manera infructuosa.

Se trataba de los dinares o “caballitos”, como ellos los llamaban, por otra de las imágenes que presentaban, y era, al parecer, parte de la paga que habían recibido por los favores efectuados para las FARC. Y desde Colombia estos eran considerados definitivamente una huella clara de la guerrilla, porque en la zona de despeje, donde ahora sabemos que Simón Trinidad y otros imponían sus códigos, esos billetes tenían libre circulación, por disposición de la guerrilla.

Las versiones señalaban entonces que tales billetes habían llegado en gran cantidad hasta lo más profundo del monte colombiano, en medio de una transacción de drogas y armas, que la guerrilla habría hecho con Saddan Hussein, quien debido al bloqueo que sufría su país, obviamente, no tenía acceso al mundialmente aceptado dólar.

Descabellada parecería la historia, pero allí están los archivos de prensa que me impiden mentir. Preocupante, cómo no, si esos procesos políticos y sociales deteriorados al máximo, que vemos en la pantalla, pueden estar más cerca y con mayores posibilidades de hacernos daño, de lo que quisiéramos.