El reloj marca las 07h30 y en la calzada del puente Rafael Mendoza Avilés, en el tramo sobre el río Babahoyo, que conduce de Durán a Guayaquil, se forma una fila interminable de vehículos.

Y es tan larga que por más que uno mire para atrás o para adelante no se alcanza a ver cuál es el primero ni el último carro. El objetivo sí es el mismo, llegar al centro, a los lugares de estudio o trabajo.

El tráfico se genera desde la salida de Durán y se atasca en la entrada al puente, en donde los carros que vienen desde La Puntilla se adhieren a la aglomeración.
La espera permite apreciar el movimiento de los hombres que trabajan a lo largo del parterre central, en la ampliación de la estructura.

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A esa hora la brisa pega fuerte en los dos puentes (los tramos sobre los ríos Daule y Babahoyo) y agita las barandas.

Son las 07h45 y el bus de la cooperativa Citam, que viaja a Babahoyo, avanza lentamente. Cada 20 segundos su conductor mete primera y aplasta el acelerador para circular un tramo más.

En la mitad de la vía un vigilante escondido entre los conos anaranjados –que  señalan los desvíos– agita su mano derecha dando tránsito.

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A las 08h00, en el puente sobre el río Babahoyo no cabe un carro más. Salió el sol y los rayos ingresan por las ventanas de los automotores.

Una pasajera utiliza una carpeta para ventearse y otra prefiere cerrar la ventana del vehículo donde viaja.

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Cinco minutos después los automotores logran avanzar por 7 segundos, pero el tráfico los obliga a detenerse alrededor de unos 25.

Raúl Soria se muestra impaciente. Sentado sobre el volante de un auto rojo, que lo utiliza como taxirruta, se queja de la demora. “Siempre es igual, todos los días me hago 45 minutos en este tramo”, replica. Pero las motos tienen mejor suerte y se deslizan en medio de los autos, buses y camiones para llegar más rápido. Igual hacen las bicicletas, pero con precaución, porque sus conductores se arriman a un costado del carril derecho.

08h20: la brisa de la mañana ahora se convierte en el smog (niebla tóxica) que emanan los tubos de escapes de las unidades de transporte aglomeradas en la vía, especialmente de las intercantonales e interprovinciales.

Desde un bus de la línea 17 una pasajera estornuda dos veces. Luego, mira su reloj y se resigna a continuar el viaje en medio de la nube gris que empaña las lunas de sus lentes.

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Luis Carvajal, conductor de una camioneta, es otra de las víctimas del acaloramiento. Con un trapo blanco limpia el sudor que le causa la larga espera en donde permanece abrochado a su cinturón de seguridad.

En esta ocasión, por un golpe de suerte logró salir del embotelladero del primer puente y entró al segundo, justo a las 08h45.

En esta vía la circulación es más rápida, dice Kléber López, quien diariamente se tarda 10 minutos en pasarla.

Para lograrlo juega un papel muy importante la pericia del conductor. Así, los carros pequeños zigzaguean en su lucha por la delantera. La consigna, dice Juan Pezo, es estar pendiente de los espejos para cambiarse de carril cuando el que viene atrás se descuida.

Faltan 5 minutos para las 09h00 y Carvajal está afuera, pero el cruce del Rafael Mendoza le tomó 55 minutos. A este le agrega el que se hizo desde su casa en Primavera II y el que se hará hasta el sur de Guayaquil, donde trabaja.