Es fácil detectar cuando en un espacio se desarrolla un acto artístico: las mismas caras y las mismas voces son las que circulan, son las que le dan vida a los ambientes. El sábado pasado, Antología Café y Libros sirvió de escenario para la lectura de microcuentos.
 
Entre desorganización, café, bebidas, conversaciones agradables y de fondo música del disco Enemigos íntimos de Fito Páez y Joaquín Sabina, el público aguantó el retraso de cuarenta minutos.
Solange Rodríguez subió al pequeño escenario para hablar sobre las diferencias entre los microcuentos y los otros géneros literarios. Los llamó relatos menguantes, cuentículos, textículos, poemas en prosa, relatos hiperbreves. Dijo que deben causar sorpresa, que deben provocar múltiples interpretaciones, entre otras características.

Listas las indicaciones un grupo de noveles escritores deambuló por el escenario. Eduardo Varas leyó once textos marcados por la ironía, las metáforas y la hipertextualidad. Andrés León participó con sus cuentículos amatorios y urbanos.

Luego, Galo Roldós intervino con sus microcuentos sobre la guerra, la muerte –entre otros temas– a través de la voz de la crítica literaria Cecilia Ansaldo, ya que él no se encuentra en el país.
   
Miguel Antonio Chávez sacó una que otra sonrisa por la denuncia, el cinismo y la comicidad de sus textos; mientras que Solange Rodríguez –quien cerró la primera parte– leyó algunos escritos remarcados por la fantasía.
  
Los quince minutos de receso se fueron muy rápido con los comentarios que se reproducían sobre los primeros en intervenir.
 
El joven Augusto Rodríguez subió con sus microcuentos basados en temas cotidianos.
 
María Leonor Baquerizo leyó sus textos que más se ajustaron al sinónimo ‘poema en prosa’ y cuyo motivo principal fue el amor.

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La cuentista Martha Chávez leyó dos creaciones inéditas sobre lo urbano. La encargada de cerrar la noche fue Carolina Andrade, quien compartió sus textos que tienen ese característico tinte periodístico y de humor negro.

El recital no concluyó con esto. Damián Matailo, alumno del taller de Miguel Donoso, se animó a subir al escenario para unirse a la lista de nuevos escritores.

Aproximadamente a las 22h00 la actividad había concluido, pero en las mesas recién empezaba la tertulia.