¿En qué medida Ecuador se ha acercado a sus objetivos y se ha alejado de sus riesgos en este primer año del gobierno? Esta es una forma idónea de medir. Precisemos entonces, propósitos y peligros. Debe ajustarse la educación al servicio de la economía, de modo que universidades y colegios dejen de ser laboratorios que engendran mendigos: profesionales sin clientela; y comiencen a cumplir con su deber de enseñar y proveer lo que la colectividad requiere, y solo en el número requerido. Hasta hoy, las universidades en general son febriles impresoras de títulos y lanzan a la calle miles de desocupados. El cuerpo del delito flagrante y ostentoso es ese ejército inútil de abogados, médicos y periodistas: decenas de miles de vidas inutilizadas, a sabiendas. Las universidades particulares solo están justificadas en la medida que ofrezcan ciencias distintas de las que enseña la universidad oficial o suplan las deficiencias de esta. Existe exceso de universidades.

En lo político es necesario convocar a una Asamblea Constituyente, no para sustituir la actual Constitución –bastará la reforma de una docena de artículos– sino para sustituir al actual legislador, que es un Congreso de muñecos de ventrílocuo. Solo el objeto de sustituir el actual régimen amerita esta convocatoria, de modo que el Presidente de la República no gobierne, limitándose a ser representante legal de la República, conductor de la política internacional y árbitro entre el Congreso y el Jefe del Gobierno. Distinguir entre Jefe de Estado (el Presidente) y Jefe de Gobierno (o del gabinete ministerial); este, persona distinta que puede ser sustituida sin escándalo cuando carezca del respaldo del Congreso, contribuirá a la estabilidad, porque no habrá motivo para derribar un Presidente que no gobierna.

En lo económico, debe renegociarse la deuda externa, no para eludir su pago sino para pagarla de acuerdo con nuestra capacidad. Fue dos veces mal negociada y el mundo sabe que se impusieron a Ecuador pagos desproporcionados a su estatura; que se inventó una tasa de crecimiento, un gigantismo, que le atribuyó caprichosamente un crecimiento repentino. No existe escapatoria, o renegocia la deuda externa o el país no tiene cómo pagar lo elemental: los salarios de la burocracia indispensable, médicos, policías y maestros; y probablemente no pueda sostener la dolarización. La deuda es la semilla opulenta del caos.

Desquicia que el destino de una nación, la seguridad de hogares y fronteras, la conducta de su ejército, la sanidad de su democracia, la independencia de sus jueces, el crédito de su banca y hasta la dimensión de sus cárceles, dependan de una flor o de una hoja. El Estado, creación humana, se tornó vegetariano. Y pensar que todo depende de una tontería, de que sobrevenga un líder norteamericano que rectifique y devuelva a la flor y a la hoja psicotrópicas su papel secundario, y que autorice que la droga se distribuya oficial y gratuitamente entre los adictos, emprendiendo una intensa y eterna campaña para enseñar dos cosas: que la droga destruye al ser humano, pero que una minoría de adictos y de zánganos no tiene derecho a arruinar a un Estado. Mientras, acuda Ecuador a la ONU y demándele que excite a Colombia a ocupar su frontera, sin perjuicio de invitarla a librar como EE.UU. su guerra civil con su propio pellejo. En resumen, ha pasado un año, pero Ecuador es el mismo de 1970.