Las personas que gustamos de que nos cuenten historias inventadas tenemos cuentos y novelas para abrevar este placer. De vieja estirpe es el gusto que una vez implantado exige bocados cada vez más suculentos. El número de páginas del ejemplar no asusta cuando se tiene arraigado el hábito, cuando la pantalla del televisor no puede absorbernos toda la atención de la noche.

En ese talante, yo tengo libros-regalos de Navidad para rato. Uno que llegó por esas fechas auguriosas reúne todas las características del obsequio especial. En su exterior luce los primores del diseño que quiere halagar a los ojos al mismo tiempo que apoya con sus trazos delicados una historia que trata de mariposas.

Librito para la cartera, para el bolsillo, que se consume de un tirón, tal como lo sugería Edgar Allan Poe: “de una sola sentada”. Se trata del cuento de Javier Vásconez titulado con el extraño nombre que encabeza estas líneas. Y como la publicación de un único cuento no es común ni se sostendría como decisión editorial, es obvio que responde a un proyecto singular de la muy emprendedora Paradiso Editores que comanda Xavier Michelena.

En Thecla Teresina lo ordinario aparece nimbado de tornasoles de novedad. Será porque es una historia que combina soledades y mariposas. Que un coleccionista ruso se afinque en una ciudad andina y vaya en pos de sus bichos de colores no parece nada excepcional, pero que con un estilo de preciosa economía el autor encadene las más seductoras sugerencias a ese apretado núcleo argumental, lo hace ver nada más, como el primer tramo del hilo de la madeja.

En muchas ocasiones he apreciado más las narraciones que emergen de la literatura que de la vida. He seguido con pasión los vínculos que van creando los libros entre sí, he visto como algunos actúan de afluentes de uno principal de cuya agua han nacido. Nadie puede tener claro qué moviliza los resortes secretos de la creatividad, lo cierto es que núcleos escondidos germinan en frutos cargados de sabor. He aquí uno de ellos. Los lazos que se fueron creando entre los viajes, las lecturas de Nabokov y la compra accidental de una colección de mariposas en la vida de Javier Vásconez se anudan en esta joya de pedrería fina.

El cuento, todo un género literario de respetable autonomía, no es meramente un relato breve. Es, como lo tiene claro Vásconez, “un sofisticado mecanismo de relojería y está dotado de una intensidad aniquiladora”. Su dimensión y su poder comunicador parecen idóneos a nuestro tiempo tan acicateado por lo rápido y por lo intenso. Sin embargo, creo que las páginas de un buen cuento encierran la trampa de la aparente brevedad de su lectura porque es experiencia repetida la de volver sobre la primera hoja cuando se ha terminado la última. La cantidad de pistas escondidas incita a búsquedas cuidadosas, a levantar puntas y a iluminar rincones. Todo a costa de la fuerza de la palabra.

Esperamos impacientes la publicación de Invitados de honor, la colección completa.