Lo que empezó, más o menos esta semana, en EE.UU. son unas elecciones de reelección, un hecho importante no siempre reconocido por los demócratas que han andado detrás de la fama por más de un año como si la política para 2004 solo se tratara sobre ellos.

No solo no es sobre ellos, sino que ni siquiera en su mayor parte.

La historia del país posterior a la Segunda Guerra Mundial demuestra que “las elecciones de reelección” –cuando en la boleta está el nombre de un presidente en funciones– primero se trata de la situación del país, y en segundo término, del récord del presidente en turno.

La identidad, carácter y récord de su oponente tradicionalmente han estado en un distante tercer lugar en la mente de los electores, como debe ser cuando el tema es realmente si hay que botar al titular del cargo o quedarse con él.

Desde la Segunda Guerra Mundial se han dado nueve elecciones de reelección, casi el doble de elecciones donde no ha habido un presidente en funciones en la boleta. En otras palabras, han sido la norma durante los últimos casi 60 años. El presidente en funciones ha sido reelegido dos terceras partes de las veces y derrotado solo en tres ocasiones. En las cinco ocasiones en las que no ha estado el nombre de un presidente en ejercicio en las boletas, el partido sin el control de la Casa Blanca la ha vuelto a ganar en cuatro ocasiones, y solo una vez no lo ha conseguido.

La historia también sugiere con certeza que los temas sobre seguridad, las guerras fría y caliente, y ahora la amenaza única del terrorismo internacional no serán las consideraciones más importantes en la mente de los electores cuando hagan sus valoraciones finales en noviembre. En su lugar, la mayoría parece que votará de acuerdo a sus billeteras; no de los últimos tres años, sino la situación de la cartera en el año de las elecciones.

Durante este mismo periodo, la oposición a los presidentes en funciones ha sido relativamente moderada con la misma frecuencia con la que ha sido relativamente ideológica. Un mal candidato que polariza puede afectar el margen (como lo hicieron Barry Goldwater en 1964 y George McGovern en 1972), pero el resultado proviene de lo básico.

En las seis ocasiones en las que un presidente en funciones ha sido electo –1948, 1956, 1964, 1972, 1984 y 1996–, había una diversidad de situaciones de seguridad nacional a las que se enfrentaba el país, pero todas esas elecciones ocurrieron básicamente en un ambiente que no solo era de prosperidad sino que ella aumentaba cada vez más conforme avanzaba el año electoral, especialmente en el área crítica del ingreso personal.

Con la misma claridad, los tres presidentes en funciones que fueron retirados por los electores –Gerald Ford en 1976, Jimmy Carter en 1980 y George H.W. Bush en 1992– perdieron, cada uno, en momentos de turbulencia económica, cuando la recuperación no había avanzado lo suficiente como para convertirse en un hecho político establecido.

El punto se sostiene incluso con respecto a elecciones abiertas de la Casa Blanca. La única vez en la que un partido “dentro se quedó en la Casa Blanca cuando un presidente en funciones no contendía –la elección de Bush I en 1988– ocurrió en un año de un pujante rendimiento económico. En las otras cuatro ocasiones cuando un partido “fuera” ganó –1952, 1960, 1968 y 2000– las condiciones económicas no eran ni estables ni totalmente alentadoras. Es obvio que se requiere decir algo sobre el 2000: Al Gore obtuvo más votos que el actual presidente Bush, pero habría recibido muchos más si la burbuja económica de los años de 1990 no hubiese estallado ya, y la incertidumbre sobre el futuro no hubiese estado en el aire.

Respecto a las elecciones de este año, de lo que más se habla es de la política exterior (sobre todo en Iraq), y las discusiones entre los candidatos demócratas son específicamente sobre la guerra.

La historia sugiere que el tema sobre el que se habla está alejado del punto principal, que en lugar de ello, lo que le importa a la gente y, por tanto, a la política son los pronósticos económicos.

El presidente Bush ya ha jugado su carta: tres inmensos recortes tributarios y grandes aumentos en el gasto federal que han dado un estímulo sin precedente y pasado de moda a la economía tras la breve recesión de 2001, y la muy lenta recuperación que ha seguido. O este enorme estímulo reditúa este año en un pujante rendimiento económico o no lo hace. De acuerdo a eso, se hundirá o quedará a flote, y las primeras noticias para él son positivas.

En el otro lado, los demócratas han estado predicando ante su propio coro sobre qué tanto deben rechazar de los recortes tributarios, qué tan rápido tienen que moverse hacia la cobertura universal de los seguros médicos, qué tan abiertos o duros deben ser cuando se trata del comercio internacional. También han hablado mucho sobre apoyar al trabajo real en contraposición con hacer disponibles los incentivos para los inversionistas. Los demócratas estarán en desventaja siempre y cuando sigan mejorando las medidas generales de la economía, pero todavía tienen una oportunidad para comunicarse en tanto se rezaguen los salarios y los ingresos.

Mientras comienza la campaña en firme, también es instructiva la lección de la historia reciente en cuanto a la selección del candidato del partido de oposición. En los más de 30 años desde que fueron reformadas las reglas para la nominación, la guía más confiable para el eventual candidato es quién domina en Iowa y el área de recaudación de fondos, al empezar el año. Esta es la razón por la cual se considera que Howard Dean va a la cabeza, por lo menos mientras su aparente ventaja en Iowa persista, y siempre y cuando entienda que todo puntero tiene una experiencia cercana a la muerte en su futuro inmediato. 

© The New York Times News Service