Lo que más llama la atención en el filme Kamchatka, del realizador Marcelo Piñeyro (director de películas  como Tango feroz, Cenizas del paraíso, Caballos Salvajes y Plata quemada) es el tratamiento que le da al tema de la dictadura militar argentina, en el cual se basa la trama. Esa dictadura significó represión, tortura, violencia y, en la película que protagonizan Ricardo Darín, Cecilia Roth y los niños Matías del Pozo y Milton de la Canal,  y que se exhibe en las salas de Cinemark, no se ve nada de ello. No hay violencia, no hay golpes,  solo pistas, pequeños detalles que llevan al espectador a completar  lo que no se dice. Más se  sugiere que lo que  se expone. Y allí  está una de las  fortalezas de esta producción.

Contrariamente a cintas como Garage Olimpo, de Marco Bechis (¿la recuerdan?, se exhibió hace poco en Guayaquil), donde todo era descarnado, gris, doloroso, en Kamchatka Piñeyro opta por la inocencia, por una mirada limpia y transparente y, sobre todo, por la ternura. He allí otra fortaleza de la cinta:  encontrar un tono de ternura en una temática tan árida como esta.

El realizador argentino escoge como narrador de su película, ambientada en la década del 70,  a un niño, el hijo mayor de la pareja conformada por Darín y Roth, dos profesionales que pierden sus trabajos. Y es desde el punto de vista del pequeño que se cuenta la historia, que tiene como fondo la dictadura militar, hecho que provoca la huida, el ocultamiento y la clandestinidad de la familia como única fórmula  para la  sobrevivencia.

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Los niños no saben lo que pasa. Solo saben que tuvieron que dejar la escuela, los amigos, la  casa y refugiarse en una quinta. El menor está preocupado de jugar, de ocultar que aún se orina la cama en las noches. El mayor hace preguntas y no obtiene respuestas. Pero comprende  que debe, que es imperativo   cumplir estrictamente las reglas que imponen  sus padres (no contestar el teléfono, no llamar a nadie, no revelar su verdadera identidad), a quienes ve entrar y salir sigilosamente, irse en la mañana y llegar al anochecer. Y también solo eso ve el espectador. Qué hacen ellos, a qué se dedican, cada quién debe deducirlo. 

Pese a la permanente incertidumbre, a los miedos y a los silencios, la pareja  aspira a que la vida de sus hijos no se trastoque del todo. Por ese motivo, frente a ellos la preocupación se torna en optimismo, el gesto de tristeza en una sonrisa, y los brazos en cobijas, en un refugio seguro y tibio, donde siempre hay espacio para el amor y para los juegos. El nombre de un  lejano lugar llamado Kamckatka aparece sobre un mapa, en un juego que se practica   en las noches en el refugio familiar. Unos instantes  en el que la violencia no existe, aunque afuera todo sea un vendaval.

Las actuaciones de Roth, Darín y de los niños forman un conjunto armonioso. Un cuarteto que logra una historia que apuesta por lo esencial, que toca lo hondo de los afectos sin dejar de hurgar en lo  político.