En la captura de Simón Trinidad hay cabos sueltos. Pero no de aquellos que hacen referencia a los movimientos policiales para sorprenderlo en una calle de Quito. Son cabos sueltos en el orden de la política ecuatoriana frente al conflicto colombiano.

Si se violó la soberanía o no, el asunto tiene importancia por más allá del carácter retórico de la soberanía en el siglo XXI. Lo que cabe preguntarse es si el Ecuador ha resuelto dar un paso más en su compromiso con la violencia organizada entre el gobierno de Estados Unidos y Álvaro Uribe, pues es en función de ese compromiso que puede entenderse un paréntesis a la vapuleada soberanía.

Y las palabras del canciller Patricio Zuquilanda revelan el compromiso ecuatoriano en la guerra contra las FARC.

“Qué bueno que las policías del mundo, en este caso la ecuatoriana y la colombiana, hayan tenido una enorme cooperación de información e inteligencia”, afirma, cándido, este funcionario a quien le basta abrir la boca para traicionarse y descubrir los ocultos compromisos del régimen. Si le parece tan bueno a Zuquilanda la captura, es porque el gobierno ecuatoriano ya ha aceptado que las FARC no son un grupo de alzados en armas sino una gavilla de maleantes. Es porque para el régimen de Lucio Gutiérrez, Simón Trinidad no es un dirigente rebelde (con el cual, por otra parte, podemos estar en absoluto desacuerdo), sino un simple asesino a sueldo.

El Canciller muere por su propia boca.

Si a Simón Trinidad se le entregó a la policía colombiana sin beneficio de inventario, sin siquiera presentarlo ante un fiscal, es porque hay aún cabos sueltos, porque hay dudas sobre cómo actuar, porque hay miedo a seguir un proceso regular que bien podía desembocar en una extradición por la vía legal. Pero no. Se lo entrega lo más rápido posible antes que las contradicciones surjan. Y en ese punto, la responsabilidad va más allá del gobierno de Gutiérrez. El país no sabe qué hacer con la guerra vecina. El país no sabe cómo abordar la presencia de cientos de miles de refugiados que huyen de la violencia, así considerada, la violencia de los poderes ejercida sobre los pueblos, no importa si son colombianos o iraquíes.

El país es xenófobo, y la xenofobia no solo se expresa en el rechazo a la presencia de los inmigrantes, sino en la incapacidad de asumir una posición frente al conflicto armado. Necesitamos independencia para tomar posiciones, no indiferencia ni mala conciencia hacia lo que ocurre más allá de nuestra frontera. Y francamente, no creo que nuestra Cancillería, con Zuquilanda a la cabeza, esté en posibilidad de proponer una política independiente. El tema le quema la boca y las manos al Canciller, de allí que afirma cualquier cosa, sin medir lo que sus palabras revelan.

Finalmente, el ministro Raúl Baca ha sido convocado al Congreso para discutir el tema. Como de la confusión estoy seguro que participan los legisladores, el interrogatorio al Ministro recorrerá los intersticios policiales, barruntará en los detalles con un deleite casi morboso, improvisará loas a la soberanía nacional.

Mientras tanto, continuarán los cabos sueltos.