En la extraordinaria novela de Kurban Said, Alí y Nino, el joven Alí Khan recibe varios consejos antes de casarse con su amada Nino. La última de ellas, y la que más sorprendió al novio, fue muy simple: nunca te involucres en la política. Más daño, según este sabio consejero, podría causarle a Alí Khan la política que cualquier cosa en el mundo. Ni la circunstancia de que su amada era una cristiana y él un musulmán, ni el hecho de que ella soñaba con la “Europa progresista” y él prefería el “Asia reaccionaria”, ni la hostilidad de sus familias y menos las tensiones que ya comenzaban a sentirse en Bakú, donde la pareja había resuelto ir a vivir sus primeros años. Nada de esto podría ser tan destructivo como la política. De muchas cosas el padre de Alí Khan podría sentirse orgulloso de su valiente hijo, menos de que se involucrara en política.

Y sin embargo, todos sabemos que la política no la podemos evitar. Que está allí. En todas partes. Aunque no ocupa, obviamente, todos los intersticios de nuestras vidas, como en su momento lo proclamaban algunos pensadores del estructuralismo, lo cierto es que de ella depende buena parte de nuestros destinos individuales y colectivos.

Si el Ecuador de hoy es lo que es, y cada uno de nosotros somos parte de ese Ecuador, se debe en buena parte a la política, a la única que conocemos, a la que nos han acostumbrado nuestros políticos. De carne y hueso. Nombre y apellido. Que hay otras fuerzas –como los medios, por ejemplo– que también han moldeado a nuestro país, nadie lo duda. Pero en los estados modernos, por muy atrasados que sean, la política –y, por lo tanto, los actores que hacen de ella lo que es– es la que, por así decirlo, tiene la última palabra. La política es acerca del poder. Nace, crece y gira alrededor del poder. En política las luchas y derrotas son por el poder. No es cosa nueva el que los políticos señalen a otros cuando se los cuestiona. Es una reacción natural que tiene sus antecedentes en la historia lejana y una tradición que probablemente perdurará tanto como la humanidad.

Al Ecuador lo hacen –y lo deshacen– sus ciudadanos, es cierto. Pero no todos gozan de la misma situación de poder, y probablemente la mayoría nunca tendrá acceso al mismo. Pero pocos en su sano juicio pueden imaginarse que los partidos, concretamente sus líderes, no ocupen un sitio privilegiado, casi único, entre los artífices de nuestro éxito o fracaso como sociedad.

Por cierto que Alí Khan tampoco pudo sustraerse de la política. Ella se le presentó en su peor forma, la de una guerra. En Bakú  sorprende a la joven pareja la conflagración de 1914, debiendo él enfrentar el dilema entre defender al Zar contra Alemania o pelear junto a los turcos contra aquél. Un dilema que solo el amor pudo resolver. Algo que la política desconoce.